Capítulo 6 - El Designio de las Aguas

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La luz de la ventana nuevamente pertubaba su sueño. Abrió los ojos pesadamente y bostezó mientras se estiraba.

Abrazando sus rodillas y tapada hasta la nariz trató de dormirse un poco más. Pasó unos minutos así, escuchando a una bandada de teros chillar, oliendo el aire fresco con olor a pan, mientras el agua de lluvia terminaba de deslizarse por las canaletas, hasta la tierra saturada de humedad. ¡Entonces notó que se moría de hambre! Con modorra se estiró todo lo que pudo y a ojo entrecerrado caminó en busca del baño. Estaba tan adormilada que hasta creyó que la puerta se habia corrido de su lugar original.

No le dió mayor importancia.

Pero entonces sus neuronas comenzaron a recordarle todo lo ocurrido. Un escalofrío le recorrió la espalda y la hizo estremecer. Se giró en direccion al dormitorio donde había descanzado y, por fin, se dio cuenta.

¡Esa no era la casa de su tía!

De repente, un cálido personaje entró por la puerta principal de la casa, que era en realidad su pequeño hogar. Sus facciones revelaban sorpresa y sus manos una bienvenida, pues cargaba con una bandeja de desayuno llena de delicias.

El simpático Duque Felicé había estado toda la mañana preparando la comida de su honorable invitada. Su calidad de noble no quitaba que debiera trabajar duro para vivir en el país que habitaba y él, por supuesto, gozaba de ser útil a cualquiera que, en el fondo, tuviera un buen corazón.

Amalia, claro está, no tenía idea de todo esto, por lo que se espantó terriblemente al ver a un enano con delantal acercándose a ella. La reacción fue razonable e inevitable: la joven salió corriendo y se arrojó por la primera ventana que vio. Cayó de rodillas, pero se levantó más rápido de lo que se creía capaz.

Mientras tanto, el perplejo, y algo ofendido, enano dejó con tranquilidad su bandeja sobre la mesa y se encaminó al Centro Converjencial de Aguas, donde estaba seguro que encontraría a la chica.

Sendero de hongos, ríos de luz, cataratas y allí estaba el centro, donde desembocaban todas y cada una de las corrientes de agua de su país, todas caían por cataratas hasta una gran hoya de líquido. En el punto central comenzaban a formarse anillos que se expandían hasta tocar la espuma de las cascadas, anillos de los que ves cuando tirás una piedra al agua. Pero ahí nadie tiraba nada, y los anillos se expandía de forma uniforme y sin perder nunca la elevación inicial. Era hermoso de contemplar, pero un humano se habría hartado si hubiera pasado por allí tantas veces como el Duque Felice.

El mismo, se sentó sobre la roca más lisa y más al borde de la catarata más grande. Y contempló.

Al poco tiempo, una mano tímida le dio tres golpecitos en el hombro. Se giró sonriente hacia Amalia y la invitó a sentarse a su lado. Una vez que los dos estuvieron de frente al majestuoso lugar, la muchacha lo miró, invitandolo a explicar un poco esa extraña situación.

- Es normal que estes confundida. Tengo mucho que contarte, tenés mucho por hacer. Te trajimos porque necesitamos tu ayuda. -dijo, pero no la miró. Sus ojos cansados y arrugados de dolor ajeno, se anestesiaban con el paisaje.

- ¿Mia? ¿Yo que puedo hacer? Puedo avisar a mi tía, ella con gusto aportaría a su causa una... -

- No -le dijo con suavidad, la miró con sinceridad- Tu tía no ha curado su corazón frío. Te necesitamos porque las luciérnagas encontraron en vos una amplitud de mente, corazón y alma superiores a nadie en ese valle. -

Amalia se sintió muy, pero muy alagada. Aunque también muy, pero muy confundida.

- ¿A que te referís con amplitud? -

El Secreto de las LuciérnagasWhere stories live. Discover now