XI.

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Menos mal que llevaba un poco de dinero encima para poder pagarse la comida del medio día. La profe le estuvo explicando todo lo que hicieron mientras ella no estaba. Estuvo mucho tiempo y acabó entendiendo muy bien los temas, aquella mujer explicaba genial.

Cuando por fin acabó, tres horas más tarde, ya eran las siete, y había comenzado a anochecer. Hacía algo de frío, así que se puso la pequeña chaqueta vaquera que tenía encima.

  - En serio, creo que sacaré más de un nueve por lo menos, o puede que incluso un diez -comentaba la joven con alegría.
Aquella felicidad molestaba mucho al demonio.

Las calles estaban oscuras, exceptuando las pocas farolas que las adornaban. Para no tardar tanto como lo haría normalmente, Rojo decidió tomar un pequeño atajo. El único problema que había era que tenía que saltar un par de vallas.

Giró a la izquierda hacia la calle que le llevaría al camino corto. Justo cuando estuvo a punto de pasar por encima del vedado, escuchó una voz desconocida detrás suya.

  - No te muevas y dame todo el dinero que tienes -le amenazaba con una navaja que llevaba a mano.

La pelirroja no se movió de donde estaba.

  - Discúlpeme, señor, pero ahora mismo tengo prisa.

Aquel hombre tan solo se acercó a la adolescente, tiró de su brazo y colocó el arma blanca sobre su cuello.

  - No me vaciles, niña, y dame el dinero si no quieres acabar mal.

  - No llevo nada encima, señor, más que el material escolar.

El ladrón gruñó, cabreado. Estuvo a punto de quitarle la mochila para llevarse todo lo que le podría servir, pero no se encontraba de humor para ello.

En aquel momento una idea cruzó su mente. ¿De dónde provenía? Ni lo sabía ni le importaba, pero en su opinión era una muy buena idea.

Quizá le serviría para desestresarse, su modo de vida era complicado y necesitaba un buen descanso. ¿Qué mejor que eso?

De repente se sacó el cinturón, sorprendiendo así a la más joven. Cuando ella intentó escapar pegándole una patada donde alcanzase, el hombre le clavó la navaja en el muslo derecho. Rojo gritó y cayó de rodillas, pero nadie la escuchó.

El depravado la tiró al suelo y la tumbó boca abajo. Ella hacía lo imposible por soltarse, pero él la tenía bien sujeta por ambas muñecas. Harto de que la adolescente se moverse tanto sin parar, le sujetó el brazo izquierdo y tiró con fuerza, haciendo que se dislocase el hombro. Luego ató sus muñecas con el cinturón.

La adolescente soltó un alarido que le hizo replantearse si había vecinos por aquel lugar.

Lágrimas de impotencia y dolor caían por sus mejillas. ¿Había estado toda su vida entrenando y ni siquiera sabía auto defenderse? Se sentía inútil.

Cuando el malhechor vio que ella no se movería más, fue a cumplir su propósito. La sujetó de las caderas, le levantó la falda y la violó.

Fue la peor experiencia de su vida. Tanto como la primera vez que escuchó la canción de Zalgo. No era capaz de hacer nada, era una maldita inútil que se quedaba quieta. Se le hacía una eternidad, y ella tan solo esperaba que se acabase ya.

Estaba sangrando mucho su pierna y su hombro había comenzado a inflamarse. Menos mal que la navaja seguía allí y detenía un poco la hemorragia.

Y entonces se dio cuenta. El demonio se estaba riendo. Disfrutaba de sus desgracias. Amaba ver como sufría. Su alimento era su dolor. Cuanto peor lo pasase Rojo, más feliz sería Zalgo. Claro, ¿qué se esperaba si no? Había venido para arruinarle la vida.

Cuando el llanto seco sobre las mejillas de la pelirroja no quisieron salir más, fue cuando el violador por fin acabó. Levantándose de encima de la víctima, se dio cuenta de su tremendo error. ¡Había abusado de una niña! ¿Y ahora qué podía hacer? No se le ocurrió mejor idea que acabar con las pruebas. Trató de sacar el arma del muslo de la chica, para así matarla y no dejar rastro. Qué curioso que en aquel mismo momento y por pura coincidencia, un ataque al corazón matase inmediatamente al deshonrado sin precedente alguno.

Mentira. Fue Zalgo quien causó todo eso. Fue Zalgo quien cambió la mentalidad del hombre, cantando en su mente, para transformar su desesperación en lujuria. Así dejó una marca en su poseída, una marca que jamás se iría. Un recuerdo que la perseguiría por el resto de sus días. De los pocos días que le quedaban. Fue Zalgo quien mató al casi asesino, porque si no lo hiciese habría perdido a Oglaz. Aquella espada era el único propósito de Zalgo, y éste haría todo lo posible por recuperarla.

Este es probablemente el capítulo más largo que haya escrito de la historia. Iba a añadir más cosas, pero al final decidí dejarlo para el siguiente. Son casi las tres de la madrugada, pero tenía que publicarlo sí o sí.

Espero que no me matéis por este capítulo.

Zalgo hijo de puta ;-;

Nos vemos <3

La Canción ||Zalgo|| [#Creepyawards2016]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora