D i e c i n u e v e.

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Mis manos sostenían el almohadón que llevaba el gorro de gala de mi compañero recientemente fallecido. La marcha era guiada por nuestro coronel. Nuestras manos iban recto en nuestra cien, en forma de respeto. Todo era silencio, a pesar de que miles de policias, vestidos de gala, guantes  blancos y armas firmes, caminaban en sincronización, sonando los golpeteos de nuestros pies contra el suelo.
Algunos móviles iban adelante y comenzaron a sonar las sirenas policiales, junto a las motos que custodiaban los costados del auto fúnebre. Y pensar que todo ésto podrían estar haciéndolo por mí y no por Jeremías.
Los familiares venían detrás de la banda del ejército policial, su esposa con sus dos hijos. Madre y padre. Mierda, mi coronel no dejaba que ninguno llorara, pero todo ésto era tan inevitable.

Ver aquél cajón envuelta en la bandera Argentina, me estrujaba el corazón. Cerraba mis ojos para poder quitar las lágrimas que parecían que pronto caerían, pero no las dejaría.

En mi mente pasaban tantas cosas, tenía un puto disparo en el pecho. Mi cuerpo podría estar en ése auto y mi hijo lograría mi muerte. Algo dentro de mí, me decía; que Jeremías había sido mi ángel guardián.

A pesar que tenía treinta y dos años, se había vuelto un hermano para mí.

¿Quién mierda me acompañaría a dar vueltas por toda la ciudad? ¿Quién me prestaría su campera policial cuándo olvidaba la mía? Dios, lo iba a extrañar tanto.

Mi mente salió del trance, cuándo los músicos comenzaron a tocar una típica melodía que hacía que el día se volviera más tétrico de lo que ya era. El coronel hizo una seña, para que yo me acercara al auto fúnebre y poner la almohada con la gorra de gala encima del cajón.










Luego del entierro, me fui directamente a mi casa. Al abrir la puerta, un silencio invadió mi casa, ya era de noche y probablemente mi hijo estuviera durmiendo. Caminé hasta su habitación, ya que pensé que él, estaba viendo televisión junto a su compañero, pero no. La puerta estaba entre abierta y la luz apagada, excepto la de los animales giratorio, ahí vi aquella escena que hizo que mi corazón explotara de amor.

Lisandro estaba completamente dormido y mi hijo en su pecho acurrucados. Lautaro estaba tapado con el edredón, pero el jugador no. Aquella escena era la más hermosa que había visto en mucho tiempo y deseaba que hubiesen estado así; tiempo atrás.

Me acerqué a ambos y tapé a Lisandro, pero éste se despertó de golpe asustado. Yo me alejé rápidamente y él al verme, me sonrió. Comenzó a despegarse de Lauti, hasta levantarse por completo. Estaba descalzo y salimos los dos juntos de la habitación de mi hijo.

Ya en la sala, comencé a sacarme el saco de la policía junto a mi gorra de gala, dejando todo el el suelo. Suspiré, él simplemente me miraba. Un tirón en el pecho, hizo que un leve quejido saliera de mis labios y me quedara quieta por un buen rato.

— ¿Estás bien? — preguntó, acercándose a mí. Yo asentí. — ¿Querés que me vaya? — preguntó y yo negué.

Lo miré, sentía que mis ojos se estaban volviendo borrosos, estaban llenos de lágrimas, aquél dolor en el pecho, ya no era por ése disparo recibido, sino, por la muerte de uno de los mejores compañeros que había tenido en éste tiempo cómo policía. Me derrumbé, mientras lloraba. Lisandro se acercó más a mí y me envolvió en un cálido abrazo. Realmente lo necesitaba, así que lo acepté y volví a llorar.

— ¿Mami? — aquella vocecita, hizo que mi vista se posara en mi pequeño hijo, que se rascaba sus ojos por recién despertarse.

Lisandro y yo nos alejamos, para prestarle atención a Lauti.
Mi hijo se acercó lentamente hacia mí y me miró.

— ¿Estás triste? — preguntó y yo me puse de cuclillas para estar a su altura. Negué. — ¿Y por qué llorás? — volvió a preguntar, saqué mis lágrimas rápidamente y lo miré.

— No es nada, bebé. — respondí.

— Bueno... Yo mejor me voy. — habló Lisandro, para romper la tensión del momento.

— No, quedate. — dijo mi hijo, para luego mirarme a mí. — Mami, ¿se puede quedar? — preguntó con aquellos ojitos que me enamoraban.

Miré a Lisandro, ambos chicos me miraban casi suplicando a que aceptara.

— Está bien. — respondí y mi hijo festejó, causando una leve sonrisa que casi fue una mueca. No estaba de tantos ánimos para pelear con Lauti, tampoco quería que Lisandro se quedara, pero bueno.

— ¿Podemos dormir los tres juntos en tu cama, ma? — preguntó y yo cerré mis ojos para luego suspirar.

— Si, pupi. — respondí y pude ver cómo los ojos de ambos, se iluminaban. Suspiré nuevamente. — Vayan acostándose, yo me voy a ir a bañar. — ordené y Lisandro lo tomó en brazos, para luego caminar hasta mi habitación, dónde se adentraron ambos.

Yo me metí al cuarto de baño, luego de buscar mi pijama.









Luego de varios minutos, salí ya vestida y me encaminé hasta mi habitación, dónde ambos chicos estaban ya recostados, viendo televisión en mi cama.

Tomé el secador de mi mueble y lo enchufé para poder secarme el cabello. Mientras veía, cómo Lisandro le hacía cosquillas a mi hijo y se reían.

Va, nuestro hijo.

Luego de terminar de secarme, me encaminé hasta la cama, dejándome recostada encima de ella. Mi hijo me dio un beso en la frente y yo cerré mis ojos.

— Creo que ya es hora de dormir, enano. —  habló el jugador, mientras apagaba la televisión y yo asentía.

— No puedo creer que voy a dormir con Lisandro Martínez. — dijo mi hijo, causando una risa de ambos.

— Ni yo. — le digo en broma. El jugador apagó la luz de la mesa de noche y yo hice lo mismo.

Los tres nos acomodamos mejor, la luz de la luna era la única que se adentraba a la habitación.

Lautaro se acomodó mejor en el medio y tomó mi mano, para llevarla a su estómago, luego sentí otra mano un tanto más asperas que las mías y claramente estaban las de Lisandro en el estómago de mi hijo. Nos sostenía a ambos.

— Los quiero mucho. — dijo con su voz débil, ya que el sueño lo estaría derrotando.

— Yo también. — dijimos al unísono. Y cerré mis ojos. Para luego, quedarme completamente dormida. 

Lugar seguro. |Lisandro Martínez|जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें