Q u i n c e.

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HERMANAAAS, PREPÁRENSE.  VIENE LA SCALONETA.

Dios, ¿soy una mina estúpida? Sí.

Lisandro me tiene cómo quiere, hoy por fin es primero de enero. Son las dos de la mañana y me encuentro pasando entre la gente que baila, y salta. ¿Por qué?
El defensor argentino, decidió hacer una joda en su casa, invitando a todos los de la selección, no me importaba, pero tampoco me atendía el teléfono y mucho menos leía mis mensajes.

Me estaba haciendo calor y por más que mi vestido color rojo sea corto, las personas comenzaban a asfixiarme. Decidí esperarlo en la terraza, dónde también se encontraban una banda de personas, pero no los demasiados para dejarme sin aire.

Todavía me golpeaba la cabeza, regañandome por dentro, ¿cómo fui capaz de dejar a mi hijo con mis amigos, mientras estoy atrás de éste boludo? Era lo demasiado independiente, cómo para andar por detrás de Lisandro. Pero había cosas que resolver y no quería dejar pasar tanto el tiempo.

Mientras miraba cómo la ciudad era iluminada por pequeñas luces, por el alumbrado público, sentí dos presencias a mi lado. Me giré lentamente con el ceño fruncido y los miré. Cuatro ojos preciosos me miraban con una enorme sonrisa.

— ¿Hola? — dije un poco nerviosa, mientras intentaba separarme un poco de ambos. Ya que estaban demasiado encima de mí.

— Hola. — dijeron al unísono.

— Leandro. — habló uno de ellos, mientras los dientes perfectamente alineados, no dejaban de mostrarse. — Paredes. Leandro Paredes. — repitió su nombre, mientras me extendía su mano y la tomé sin dudarlo.

— Charo, un gusto. — dije y luego miré al otro, que estaba de igual manera. La luz de la ventana de arriba, de una de las habitaciones se prendió, dejando ver a un Lisandro mirándome, para luego cerrar la cortina rápidamente y apagar la luz.

— Yo, yo soy Paulo... Dybala. — me dijo el segundo y lo saludé. Ambos se notaban bastante extraños y éso causaba que mis nervios empezaran a florecer.

— ¿Saben dónde está, Lisandro? Hace media hora lo estoy esperando. — hablé y los dos se miraron.

— Ammm, no, no lo vi, seguro está en el baño. — respondió Leandro, mientras le cruzaba el brazo por los hombros a su amigo. Fruncí el ceño.

Éstos culiados, me estaban ocultando algo y no sabían mentir una mierda.
Miré otra vez la ventana de arriba y me adentré a la casa. Ambos jugadores me quisieron dar una bebida, pero me negué. ¿Ganando tiempo? Seguro. Subí por las escaleras y al llegar, abrí la puerta de su pieza.

Sí, claro, para ésto quería que viniera.

Ahí estaba él, poniéndose la remera típica de color blanca de él, mientras que una minita estaba en su cama, mientras me miraba avergonzada con las sábanas tapándose.

Todavía no podía creer, que éste enano pelotudo me estaba empezando a gustar. Rodeé los ojos y volví a cerrar su puerta, para bajar las escaleras.

¿Para qué mierda me había invitado? Si iba a estar cogiendo con otra. No estaba celosa para nada, no estábamos juntos y sólo tuvimos sexo, pero algo dentro de mí si se rompió a verlo con otra persona. Porque capaz si creí que él sentí cosas por mí.

Sus amigos son tremendos hijos de puta, sabían perfectamente lo que Lisandro estaba haciendo y querían que terminara para después yo verlo.

Altos amigos. Necesito uno de ésos.

Una de sus manos me tomó por los hombros, dándome vuelta.

— Charo, te lo puedo explicar. — habló un poco agitado. Fruncí el ceño.

Lugar seguro. |Lisandro Martínez|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora