Si surgía algún gasto imprevisto, había días en los que esas galletas y esos muffins eran lo único que me podía permitir. Siempre comprobaba si quedaba alguno en la sala de descanso antes de irme a casa por las noches y si había alguno, me lo llevaba para guardarlo en el pequeño congelador de mi apartamento.

Parpadeé para controlar las lágrimas que tenía en los ojos. ¿Cómo iba a conseguir cuatrocientos dólares más al mes? Ya estiraba la nómina al máximo. Sabía que no podía pedir un aumento de sueldo. Tendría que buscarme otro trabajo, lo que implicaba que pasaría menos tiempo con Penny.

La puerta se abrió y David entró echando humo por las orejas.

—¿Ha vuelto ya?

—Sí.

—¿Está con alguien?

—No, señor. —Pulsé el botón del interfono y me sorprendió que el señor Malfoy no contestara.

—¿Dónde ha estado? —exigió saber David.

—Tal y como le dije esta mañana, no estoy al tanto. Me dijo que era un asunto personal, así que no me pareció oportuno preguntarle.

Me fulminó con la mirada, y sus diminutos ojos casi desaparecieron cuando frunció el ceño.

—Jovencito, estamos hablando de mi empresa. Todo lo que sucede aquí es asunto mío. La próxima vez, preguntas. ¿Entendido?

Me mordí la lengua para no mandarlo a la mierda. En cambio, asentí con la cabeza. Fue un alivio cuando se alejó de mí y entró en tromba en el despacho del señor Malfoy.

Suspiré.

Se daban tantos portazos que tenía que llamar a los de mantenimiento para que reparasen la puerta prácticamente todos los meses. Unos minutos después, David salió con otro portazo, mientras mascullaba tacos.

Lo vi marcharse, con un nudo en el estómago por los nervios. Si David estaba de mal humor, quería decir que el señor Malfoy también estaría de mal humor. Eso solo quería decir una cosa: pronto se pondría a gritarme por cualquier error que creyera que yo había cometido ese día.

Agaché la cabeza.

Odiaba mi vida. Odiaba ser un asistente personal. Sobre todo, odiaba ser el asistente personal del señor Malfoy.

Nunca había conocido a nadie tan cruel. Nada de lo que hacía bastaba, desde luego que no era lo suficiente para que me diera las gracias o me sonriera, aunque fuera un poquito. De hecho, estaba segurísimo de que no me había sonreído ni una sola vez desde que empecé a trabajar para él hacía un año.

Recordé el día que David me llamó a su despacho.

—Harry —dijo, mirándome fijamente—, como sabes, Lee Stevens se marcha. Voy a asignarte a otro director de campaña: Draco Malfoy.

—Oh.

Había oído horrores de Draco Malfoy y de su mal genio, y estaba nervioso. Cambiaba de asistentes personales como quien cambiaba de camisa. Sin embargo, el cambio de puesto era mejor que quedarme sin trabajo. Por fin había encontrado un sitio en el que Penny era feliz, y no quería arrebatárselo.

—El salario es mayor de lo que cobras ahora mismo, mayor que el de cualquier otra asistente personal —Me dio una cifra que parecía desorbitada, pero la cantidad significaba que podría conseguirle a Penny una habitación privada.

Era imposible que el señor Malfoy fuera tan malo, pensé en su momento. Me había equivocado de parte a parte. Por su culpa, mi vida era un infierno, y yo lo aguantaba… porque no tenía alternativa.

Contrato de MatrimonioWhere stories live. Discover now