Gemí, frustrado, mientras me frotaba la nuca. Suponía que, en esas circunstancias, mis preferencias daban igual. Era lo que necesitaba. En esas circunstancias, tal vez debería admitir que necesitaba al señor Potter.

Menuda mierda.

Mi móvil sonó y miré la pantalla. Me sorprendí al ver el nombre de Blaise.

—Hola.

—Perdona por despertarte.

Miré el reloj y me di cuenta de que solo eran las seis y media de la mañana. Me sorprendió que él sí estuviera despierto. Sabía que le gustaba levantarse tarde.

—Llevo despierto un rato. ¿Qué pasa?

—Remus te verá hoy a las once.

Me levanté y sentí un escalofrío en la columna.

—¿Lo dices en serio? ¿A qué vienen las prisas?

—Estará fuera el resto de la semana y le dije a Ron que estabas pensando acudir a una entrevista en Toronto.

Solté una carcajada.

—Te debo una.

—De las gordas. Tanto que nunca podrás pagarme —Se echó a reír—. Sabes muy bien que hay muchas posibilidades de que esto acabe en nada a menos que puedas convencerlo de que las cosas han cambiado, ¿verdad? Mentí a Ron como un bellaco, pero mi palabra solo te ayudará al principio.

—Lo sé.

—De acuerdo. Buena suerte. Dime cómo te va.

—Lo haré.

Colgué, comprobé mi agenda y esbocé una sonrisa torcida al darme cuenta de que el señor Potter la había actualizado la noche anterior. Tenía un desayuno de trabajo a las ocho, lo que quería decir que volvería a la oficina a eso de las diez. Decidí que no iría a la oficina. Se me había ocurrido cómo presentar a mi supuesto novio en la entrevista.

Marqué el número del señor Potter. Contestó tras unos cuantos tonos, con voz soñolienta.

—Mmm… ¿diga?

—Señor Potter.

—¿Qué?

Inspiré hondo en un intento por ser paciente. Saltaba a la vista que lo había despertado. Lo intenté de nuevo.

—Señor Potter, soy Draco Malfoy.

Su voz sonaba ronca y desconcertada.

—¿Señor Malfoy?

Suspiré con pesadez.

—Sí.

Oía mucho movimiento y me lo imaginé sentándose torpemente, con aspecto desaliñado.

Carraspeó.

—¿Hay… esto… hay algún problema, señor Malfoy?

—No iré a la oficina hasta después del almuerzo.

Se hizo el silencio.

—Tengo que ocuparme de un asunto personal.

Contestó con sequedad:

—Podría haberme mandado un mensaje de texto… señor.

—Necesito que haga dos cosas por mí —Seguí, haciendo caso omiso del deje sarcástico de su voz—. Si David aparece y quiere saber dónde estoy, dígale que me estoy ocupando de un asunto personal y que no sabe dónde me encuentro. ¿Le ha quedado claro?

—Como el agua.

—Necesito que me llame a las once y cuarto. Justo a esa hora.

—¿Quiere que diga algo o me limito a jadear?

Me aparté el teléfono de la oreja, sorprendido por su tono. De hecho, parecía que a mi asistente no le hacía gracia que lo despertasen temprano. Semejante descaro no era habitual en él, y no sabía muy bien cómo tomármelo.

—Necesito que me diga que mi cita de las cuatro se ha adelantado a las tres.

—¿Algo más?

—No. Ahora repítame lo que acabo de decirle.

Emitió un sonido raro, una especie de gruñido, que me hizo sonreír. El señor Potter parecía tener carácter en según qué circunstancias. Sin embargo, quería asegurarme de que estaba lo bastante despierto como para recordar mis instrucciones.

—Tengo que decirle a David que se está ocupando de un asunto personal y que no tengo ni idea de dónde está. Lo llamaré exactamente a las once y cuarto y le diré que su cita de las cuatro se ha adelantado a las tres.

—Bien. No la cague.

—Pero, señor Malfoy, esto no tiene sentido, ¿por qué va a…?

Colgué, sin hacerle el menor caso.

Contrato de MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora