Capítulo 38: Una estación del cielo en el infierno

Comenzar desde el principio
                                    

—Despertaste... —murmuré con la voz entrecortada antes de que mis ojos se nublaran por las lágrimas de alegría.  

En medio de la neblina logré distinguir una débil sonrisa que me regresó la vida.  

—No llores, Dulce —me pidió.   

Escuchar mi nombre entre sus labios me hizo sollozar en medio de una risa. No pude contenerme, presa de la felicidad me incliné para acunar su rostro y llenar de besos sus mejillas. No recordaba haberme sentido más feliz antes, con el corazón estallando como luces pirotécnicas. Mi cielo oscuro se llenó de colores.   

En un impulso reposé mi cabeza en su pecho, sin resistir las ganas de abrazarlo. Cerré los ojos, reconociendo el sonido de sus latidos. Sonaba tan bonito que deseé quedarme ahí para siempre, con él existiendo, simplemente con eso bastaba.  

—Estás bien —murmuré sonriendo para mí, sintiéndome en un sueño, hasta que la cordura me puso en alerta—. Ah, no, perdón, ¿no te lastimé? —pregunté preocupada, alejándome de golpe. Negó con una débil sonrisa ante mi reacción. Afilando la mirada lo estudié—. Mientes —lo acusé, pero no fue un reproche, terminé riéndome dominado por la alegría—, pero no podría enfadarme contigo.  

Nunca lo hice, no empezaría en ese momento.  

—Resistí a una bala, creo que puedo con uno de tus abrazos, Dulce —expuso de buen humor.    

Tenía razón, arrastré la silla lo más que pude antes de capturar su mano para colocarla en mi mejilla, necesitando sentirlo. Mis ojos se cristalizaron disfrutando de su cálida caricia.   

—Dios, no sé qué hubiera hecho si algo malo te pasaba —murmuré.  

—Seguir adelante, Dulce —recomendó en voz baja, cansado—, como siempre lo has hecho.  

Mordí mi labio, disimulando una débil sonrisa que tembló presa de las emociones.  

—No sabes lo que dices —admití. Él no podía hacerse una idea de lo que hubiera significado su perdida para mí— pero no importa, habla todo lo que quieras, no sabes lo hermoso que es escucharte. ¿Sabes? Tienes la voz más bonita del mundo —le comenté, ladeando la cabeza, sintiéndome como una adolescente. Perfecta para calmar un terremoto como yo.  

—Nunca había recibido tantos elogios —reconoció—, la clave es estar inconsciente —deduje con una pizca de diversión.

—Eso fuiste. La bala pudo matarte —le hice ver la gravedad del asunto.  

—O a ti —me recordó—, pero no lo hizo.  

—Fue un milagro —repetí las palabras del médico—. Estoy tan agradecida con Dios en este momento, que de no quererte tanto como lo hago me convertiría en monja —expuse haciéndolo reír.   

—Espero no se enfade conmigo.  

—No podría hacerlo, no cuando eres tan bueno. Ni siquiera creo que lo haga con quien te hizo esto —cuchicheé entre dientes.  

—¿Qué pasó con Silverio? —me preguntó al acordarse del plan.  

—Creo que lo atraparon —lo puse al tanto sin estar segura, me encogí de hombros, indiferente—, no me importa, nada me importa más que tú —comenté, admirándolo. Mi mundo se reducía a él. Abandoné mi asiento para acariciar su cabello, haciéndome un espacio a su lado—. El doctor dijo que vas a tardar un poco en recuperarte del todo, tendrán que hacerte curaciones, hacerte un par de estudios, pero en algunas semanas estarás como nuevo. Yo voy a estar contigo hasta que esto se convierta en solo un recuerdo...  

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora