Capítulo 6. Los trabajadores explotados solo quieren divertirse

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Pasé el resto de la semana deseando que llegara el viernes

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Pasé el resto de la semana deseando que llegara el viernes. El resto del viernes esperando fuera noche. El resto de la noche contando cada minuto para que el reloj marcara las ocho. Mis ojos no se apartaron de las manecillas ni un segundo, deseando el tiempo corriera como yo tendría que hacerlo camino a casa para arreglarme un poco antes de acudir a Planeta Neo.

Andy me dio las instrucciones para dar con el lugar, pero de última hora me explicó no podía acompañarme porque tenía que terminar unas cosas en la cafetería. Aseguró que intentaría llegar más tarde, aunque a mí me sonó a que ni siquiera pensaba poner un pie dentro.

De todos modos, supuse que lo descubriría sobre la marcha. Eso entre muchas otras cosas que se amontonaban en mi cabeza, una tras otra sin parar: ¿Nael cantaría? ¿Iría solo o acompañado? ¿Estaría esperándonos? Sin perder tiempo suponiendo, apenas marcó la hora de la salida, tomé mi abrigo, eché las monedas en mi bolsillo y caminé decidida a empezar mi historia de amor al cruzar esa puerta.

Sin embargo, cuando rocé la manija Celia apareció bloqueándome el paso, devolviéndome a la realidad.

—¿A dónde crees que vas? —me preguntó con una sonrisita autosuficiente, como quien conoce algo  importante que el otro no.

—A mi casa —resolví confundida, alzando la ceja. Me pareció extraño le preocupara lo que haría en mi noche libre cuando a diario le importaba un bledo si respiraba.

—Nadie se va a casa temprano la noche de inventario —sentenció.

—¿Noche de inventario? —repetí.

—Contabilizar la materia prima, medir las pérdidas, comprobar no falte mercancía —me explicó haciendo pausas, como si mi cerebro fuera del tamaño de una nuez. Fruncí los labios porque me molestaba me tratara como tonta. Eso sí lo sabía, lo que no entendía qué podíamos registrar si todo lo que estaba en el mostrador estaba preparado.

—Yo... No sabía que haríamos inventario —admití.

Mi mirada se clavó en un atareado Andy que salía de la oficina de Don Julio con unos gruesos cuadernos. Él nunca lo mencionó, hasta me deseó una feliz noche hace un momento. Y no se lo estaba reclamando, pero no podía fiarme de Celia, que parecía adorar complicar mi existencia. Tal vez solo era una broma de mal gusto para arruinarme el fin de semana. La hubiera soportado cualquier día, excepto ese.

Tanto Celia como yo contemplamos a Andy, cada una con expresión distinta, a la que le bastó un segundo para darse cuenta algo andaba mal.

—Pen-pensé que ella no lo haría por-porque es nueva —intervino Andy al percatarse de mi confusión, dirigiéndose a Celia que ni se inmutó—. Tal-tal vez podríamos su-sumarla el próximo mes, cuando conozca más del ne-negocio —intentó interceder por mí, pero Celia negó con un ademán.

—Le pregunté a Don Julio y dijo que "todos" debíamos quedarnos. Todos. No marcó ninguna consideración —remarcó disfrutándolo—. Así que lo siento, rubita, pero vas a tener que ponerte a trabajar —me ordenó. Quise protestar, siendo sincera no supe con qué, sin embargo, como si pudiera leer mi mente se me adelantó matando mi esperanza de un solo golpe—. A menos que no quieres que te paguen tu primer sueldo —añadió. Parpadeé, no podía perder ese dinero—. Y que quede claro que esto no es cosa mía, si no te gusta puedes hablar con el jefe mañana, pero conociéndolo, ve acompañada de tu carta de renuncia —concluyó, encogiéndose de hombros. 

Un dulce y encantador dilemaWhere stories live. Discover now