Capítulo 49. Una monja en apuros

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Si quiero joder a Mr Hitler como él me jodió a mí, tendré que estar en la escuela mucho antes que los demás. Es por eso que, aunque mi mente siga traumada después de lo de Karen, decido tomar el bus. Sé que es una decisión aventada, pero no me queda de otra.

La parada queda a cuatro cuadras de mi casa, lo cual implica pasar enfrente de la de Lucas. Le pinto el dedo medio esperando que me pueda ver desde las ventanas y sigo caminando lo más rápido que mis pobres piernas pueden.

Solo he superado una cuadra y ya estoy cansada y nerviosa. Un viento frío y burlón juega con mi pelo y me levanta la blusa; intento acomodármela mejor en la falda mientras respiro, me divago y pienso en mi plan: me tendrían que dar una medalla de oro para semejante multitasking.

Tengo que ser muy rápida una vez entrada en la escuela, porque si algún conserje me ve colarme en el aula de mates antes de que empiecen las clases, me va a detener y posiblemente llevar al despacho de la directora.

Mi plan consiste en dejar la revista porno de Juancho en el cajón de Mr Hitler y luego echarme a correr, pero, ¿Funcionará? ¿O alguien me pillará in fraganti? Con la suerte que tengo, tal vez hasta llamarán a mi padre. Ya me imagino su voz severa anunciándome que me cortará el WiFi.

Cierro los ojos con todas mis fuerzas y me obligo a ver el lado positivo de la situación: estoy a una cuadra de la parada de autobuses. Si Dios lo quiere, si el universo lo quiere, si los semáforos se alinean en verde y nadie se suicida con mi transporte, cabe la posibilidad de que esté en la escuela por las siete y cuarto. Sería el horario perfecto y con menos vigilancia, y probablemente nadie notaría nada.

Mis pantorrillas empiezan a tensarse y me da miedo de que pueda darme un calambre. Hoy hice más ejercicio físico que en los últimos diez años, así que probablemente mi cuerpo está súper sacado de onda.

"¿Por qué mi dueña me hace fatigar tanto?", estará pensando, "¿Acaso se ha apuntado a un maratón y no me ha dicho nada?"

Trato de no concentrarme en el hormigueo que punza en mis cuádriceps y me obligo a seguir corriendo. Para reconfortarme, pienso que estamos en la semana de Homecoming y que por lo tanto muchas de nuestras clases serán anuladas.

Por ejemplo, saltaremos la lección de religión de hoy para ir a visitar a los niños de primaria, lo cual es fantástico; aunque los niños me provoquen reacciones adversas en el cuerpo, por lo menos no tendré que aguantar cincuenta minutos de comentarios machistas justificados por la religión.

Una sonrisita me recorre los labios mientras pienso en eso, y por un momento creo que, al final, hoy no va a ser tan mal día.

Sin embargo, mi buen humor se esfuma en cuanto giro la esquina y veo que el bus ya ha llegado a la parada en la que me tengo que subir.

Mierda mierda mierda.

Ordeno a mis piernas de ir más rápido, pero mis músculos están atrofiados y no dan para más. La mochila golpea rítmicamente contra mi espalda y me jala las mangas abullonadas de la camiseta hacia abajo. Estoy tan desesperada que me quiero arrancar la piel.

-¡Espere!- grito al conductor del bus, extendiendo una mano hacia delante como si así pudiera detenerlo-. ¡No se vaya!

El señor me mira feo y hace caso omiso. El bus arranca en cuanto yo llego a la parada, y desaparece tras las casas blancas del vecindario dejándose una columna de humo por detrás.

-Chingada madre.

Pateo una piedra y me agacho, frustrada.

¿Cómo haré ahora?

El ómnibus era la única manera de llegar a la escuela rápidamente. Aunque fuera corriendo, a estas alturas ya he perdido demasiado tiempo.

Estoy pensando en aplazar mi venganza para mañana por la mañana cuando el ruido de un claxon me saca de mi ensimismamiento.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now