Capítulo 45. Placeres culpables

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Como no sé que más inventarme porque las mentiras siempre se me han dado muy mal, me limito a esconder las manos en los bolsillos de mi chamarra y susurrar: -Lo siento.

Mi padre voltea hacia Juan y empieza a recordarle lo pendejo que ha sido en empezar una pelea en un lugar público, a la vista de decenas de estudiantes y de profesores. ¿Qué clase de impresión ha dado de nuestra familia? ¿Qué pensará ahora la gente de nosotros?

Me muerdo la lengua para no confesarle que las acciones de Juan no han cambiado nada en la opinión pública, porque tanto todos nos pusieron una diana en la frente desde que entramos por la puerta del colegio el primer día. Hagamos lo que hagamos para salir de las casillas en las que nos han encarcelado, siempre vamos a volver hacia ellas como un imán, así que, después de todo, meterse en peleas no es tan grave. Tener un ataque de pánico frente de todos no es tan grave. Ser llamada "frijolera" todo el puto día no es tan grave.

Papá se altera mucho conforme va hablando. Hasta le suelta un puñetazo a la pared cuando recalca que no nos merecemos ir a la escuela y aprender si estos son los resultados. Yo me quedo en silencio durante todo el monólogo, mirando con ojos lúcidos como una grieta se extiende por la pared en forma de Y.

Nunca he visto a mi padre tan enojado, ni siquiera cuando volví a casa fumada o me escapé por la ventana; dado que es un hombre bastante tradicionalista, supongo que eso del "honor de la familia" le ha dolido en el alma, como a todos los mexicanos que se respeten.

Cuando papá termina de hablar (o más bien de gritar), está todo rojo y tiene una enorme vena en el cuello que amenaza con explotar de un momento a otro. Nos manda a Juancho y a mí a nuestras habitaciones y luego se encierra en la cocina, azotando la puerta tan fuerte que tengo miedo de que se venga abajo.

Llegados al piso superior, abro la puerta de mi habitación sin decir ni una palabra y me recuesto en el marco. La sangre me bombea fuerte en los oídos y en mi mente retumban los gritos de papá. Supongo que Juancho debe sentir lo mismo que yo, porque él también mira hacia la nada sin decir ni una palabra. Creo que voy a arrepentirme de haberlo dicho, pero todo ese silencio de su parte me deprime.

-La hemos cagado- susurro cuando ya no puedo más.

Mi hermano me mira y ladea la cabeza.

-Yo la he cagado. Tu has hecho lo correcto en no decir a papá la verdad sobre tu situación en el colegio. En estos tiempos, es mejor no sobrecargarlo con más preocupaciones.

Asiento, aunque no sé a qué se refiere con "estos días". Supongo que quiere decir que a papá últimamente lo están matando de trabajo, así que no pregunto más.

-Ahora estamos a mano- sigue Juan, y no sé cómo pero logra esbozar una pequeña sonrisa-. Tú no le contaste a papá sobre mi suspención, y yo te devolví tu móvil cuando estabas castigada.

-¿Así que fue por eso que lo hiciste? ¿Para ajustar cuentas? ¡Ahora sí que estoy apenada!- pongo las manos sobre las mejillas para fingir sorpresa y ruedo los ojos hasta que las iris desaparecen y solo se ve la parte blanca.

Juancho se ríe de mi dramatismo, pero es una risa triste. A los dos nos impactó mucho la reacción de papá.

-Ahora mejor me voy a dormir- dice mi hermano, haciendo el saludo militar y empujando la puerta de su cuarto con un hombro-. Ha sido un día muy duro, enanita.

Asiento y me despido de él con un gesto perezoso de la mano. Luego me arrastro hasta adentro de mi habitación y me dejo caer sobre la cama, sin fuerzas para hacer nada. Hoy han pasado tantas cosas que me siento abrumada.

Me pregunto qué pensaría mamá del comportamiento de mi padre si realmente pudiera vernos desde el cielo, y ahogo un grito de frustración en mi almohada que no sabía que necesitaba soltar.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now