Epílogo [Prt. I]

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Tres meses después


Ethan

El atardecer es más resplandeciente en este lado del mundo. El sol se oculta tras una cortina de fuego rojizo, y pese a su intensidad al alumbrar el cielo, no aplaca el frio que disminuye varios grados. Balanceándome en la mecedora, me sumerjo en el ocaso que tiñe de colores violetas el cielo, en ese paisaje de ensueño que inspira nuevas ideas para el libro que estoy escribiendo. A lo lejos veo un par de caballos con sus respectivos jinetes, se aproximan a un galope moderado; es un hombre y una mujer. El cabello de la dama se desata cuando se retira el sombrero de la cabeza, meciéndose gracias al viento cual manto de seda. Bajan la velocidad, deteniéndose a lo lejos, junto al cercado que delimita la hacienda con los cultivos alrededor. Sonrío por la escena de ambos que, entre risas, tomando de las riendas a los caballos, intentan acercarse lo más posible para darse un beso, tarea difícil pues las bestias están inquietas. Después de varios intentos logran darse uno fugaz, para luego retomar el camino, bordeando la cerca. Son tan jóvenes, no les calculo más de veinte años, apenas conociendo el amor, apenas disfrutando la vida.

Bostezo, sellando los labios para no ser tan ruidoso. Bajo la mirada cuando me remuevo por lo entumecidos que están mis brazos debido a la preciosa carga que sostengo. Sonrío a gusto al ver al pequeño hombrecito que por mis movimientos se despertó, haciendo un gran esfuerzo por acomodarse y retomar el sueño. Con sus tiernas manos se talla la nariz y los ojos, da un bostezo que cada que lo oigo me sobrecoge el alma y después, posicionando su cabeza de medio lado, halla comodidad para seguir durmiendo.

Duro varios minutos apreciando su cuerpecito, su boca y nariz, como respira quedo, moviéndose su delicado pecho ante cada inhalación. Sus mejillas debido al clima descendente se tornan rojizas. Lo cubro bien con el gorro de lana que la abuela Agnes le tejió, usando su manta para cubrirlo casi por completo, dejando solo su carita al descubierto.

Oigo unas risas lejanas por lo que viro el rostro para revisar.

Al otro extremo del porche están quienes acompañé en este viaje para celebrar el comienzo de año. Rodeando la mesa están la mayoría de los que alguna vez portaron el prestigioso apellido Bathory, que por cosas del destino lo cambiaron a uno que portan con más orgullo.

Es grato ver a una familia departir entre risas, que quien los viera ahora, no imaginarían que antes estuviesen tan distantes, cada uno por su lado, infelices de lo que tenían. Hoy se ríen por las chanzas, por los comentarios jocosos de la mujer que formó esa familia, la más veterana, que no ha parado de sonreír desde que llegamos. Comentarios van y vienen, entre una partida de cartas donde en vez de tomarlo como un reto de apuestas, participan como si se tratase de un juego de niños, riéndose a bocajarro mientras platican sobre su vida.

La escena se hace cada vez más absorbente, llamativa, sobre todo por el comportamiento de algunos sobre la mesa. Ver cómo Víctor se ríe abiertamente junto con Dominic me resulta como un sueño, más cuando pasa su brazo tras su espalda y repite una y otra vez lo orgulloso que está de él. Dom lejos de avergonzarse, saca a relucir varias anécdotas de su padre que le causan gracia y a su vez le colocan una cara severa que se va en un chasquido de dedos ante las confirmaciones que hace su hija Victoria, que está sentada justo al medio de Francesca y su padre.

Hay más personas en la mesa, como Meredic, Spencer, los hijos mellizos de la abuela Agnes, algunos de sus nietos y su esposo Ronald, quienes aprovecharon la visita para conocer la familia de Víctor, completando el cuadro. De mi parte, tuve que alejarme de esa reunión puesto que Junior no paraba de bostezar y luego llorar por el cansancio, teniendo que sentarme algo alejado para poder dormirlo.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Where stories live. Discover now