33. Instinto paternal

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Torrance

De las mejores experiencias que he tenido en la vida es esto de ser mamá. Podrá sonar muy de mujer de antaño, doméstica y hogareña, pero me gusta este mundo relacionado con los bebés.

Desde que supe que tendría una hermanita me encantó pasar horas cargándola en brazos, jugar con ella o solo contemplar hacer sus cosas. Se me derritió el corazón cuando dijo su primera palabra y por poco lloré al verla dar sus primeros pasos. Sus piernas regordetas eran las que más me enloquecían, igual su carita rellenita y esos enormes ojos curiosos. ¡Eso no era nada! ¿Saben qué es lo mejor de un bebé? ¡Su carcajada! Podía durar horas haciendo cualquier tontería para que se destartalara de risa. Lo nostálgico es el correr de los años, que creciera y que esos momentos bonitos de cuando era bebé quedaran atrás, dando paso a una señorita que amo con el corazón entero. Aun se ríe, hace monerías, hasta los berrinches le sumo en lo que me encanta de ella, y tener esa grata experiencia me dio un gusto enorme por los niños.

Contribuyendo a que seré madre, me tomé en serio la tarea de informarme sobre el embarazo, lo que me espera en lo que me falta para que mi bebé termine de formarse en mi vientre. A eso le sumo que me inscribí a un curso de paternidad junto con Ethan donde aprendemos un montón de cosas que desconocía de los bebés. Sé cambiar pañales por Vicky, pero de ahí no más. La mujer que dicta el curso nos explicó desde qué hacer si el bebé presenta fiebre hasta cómo sacarle los gases. Es tanta información que ahora, en mis siete meses y medio de embarazo, procuro tomar atenta nota, incluso hay parejas que sacan fotos de las recomendaciones, y obvio no soy la excepción. También hay ejercicios para sobrellevar los cambios que sufre el cuerpo, algo que me cayó como anillo al dedo.

Al culminar la universidad sufrí un cambio considerable; mis pechos crecieron un par de tallas, mis caderas igual y mi vientre ni se diga. Con ello aparecieron algunas dolencias como el a veces insoportable dolor de espalda, que mis pies se hinchen por permanecer mucho tiempo de pie y que de vez en cuando mis pezones duelan. Las ganas irrefrenables de comer, la ansiedad que antes no tenía y las hormonas alborotadas; si antes con cualquier pensamiento me ponía a llorar, ahora solo con ver algo mis ojos se desbordan en lágrimas o peor, me pongo como histérica, siendo insoportable. Lo bueno es que no rayo en lo detestable y Ethan me comprende, consiente y mima después, cuando me pongo en modo gata melosa. ¡Ah! ¿Qué puedo decir? Tengo al hombre perfecto, por él es que procuro no caer bajo mis impulsos, porque se merece todo el amor del mundo. Me consiente en lo que yo quiera; si se abre mi apetito con algo en específico lo ordena o va y lo busca personalmente, me da masajes en los pies, en la espalda y en mi vientre, me da besos apasionados y cuando me duelen los pechos... digamos que se encarga como un candente amante de ello. Lo bonito de este proceso es que, pese a sentirme en ocasiones como una vaca echada en un potrero de lo gorda que estoy, él jura que soy la mujer más hermosa de la Vía Láctea.

—Que te ves bien, amor, esa blusa, así como está, te luce perfecto, y si es por tu vientre, que deberías lucirlo con orgullo porque ahí dentro está mi hijo —enuncia mi amado It en la estancia al otro lado de la sala, apuntándome con un dedo, en especial a mi panza.

Amanecí deprimida por mis estúpidas hormonas. Hoy en la mañana tenemos otra clase del curso de maternidad, y no desperté sintiéndome la mujer más hermosa de la Vía Láctea, sino como una hipopótama, debido a que no encontraba ropa decente para salir; la única que me entra son mis vestidos, pero los más holgados, las sudaderas y ropa deportiva que solía usar mucho antes, teniendo como opción las prendas de embarazada que tuve que comprar, que no me hacen sentir nada bonita ni delgada.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Where stories live. Discover now