La belleza gana 03

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Todo acto de creación es en primer lugar un acto de destrucción.

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Herstal bajó la mirada hacia el cuchillo y, de repente, preguntó: "¿Cuál era el peor final que habías imaginado?".

"Que no vinieras, y entonces habría tenido que enfrentarme solo a esta sala vacía", admitió Albariño con franqueza, y aun hablando del tema, todavía parecía haber una cierta diversión en su tono. "Podría existir esa ligera posibilidad de que realmente poseas la capacidad de volver a una vida normal... y no hay nada más cruel para los artistas que perder al público que mejor lo comprende".

Herstal guardó silencio durante uno o dos segundos, y en ese silencio Albariño se limitó a contemplar el resplandor borroso de la luz en las puntas de su cabello. Entonces Herstal alargó la mano y, con calma y serenidad, retiró el cuchillo de la mano de Albariño.

Albariño sonrió sinceramente, aunque probablemente no estaba muy sorprendido por el resultado. Incluso dio un considerado paso a un lado, como si el anfitrión hubiera cedido su escenario al artista del acto final.

Y Herstal pasó por encima del mar de pétalos azules - acianos y hortensias, delphiniums hechos jirones - y se colocó en la proa del 'barco'. Su postura era tan recta y grácil que daba placer mirarlo.

Antes había fantaseado con una escena así: lo había imaginado cuando dibujaba en su libro con sangre seca en los bordes de las páginas. Herstal Amalette de pie en la proa del barco de la locura que estaba a punto de hundirse, el mismo lugar donde los discípulos de Jesús habían estado cuando caminó sobre las aguas, y donde Xana había estado aquella mañana de niebla.

Herstal subió a la proa, y los cautivos ya estaban casi todos despiertos: para mantenerlos tranquilos mientras preparaba el terreno para el día, Albariño les había administrado una dosis bastante grande de anestésico, y menos mal que había calculado la dosis con bastante exactitud ya que no se despertaron ni demasiado pronto ni demasiado tarde: lo primero podría haber provocado un derramamiento de sangre, lo segundo habría causado sin duda un gran trauma psicológico a Albariño.

Los hombres estaban ahora en un estado de gran pánico al darse cuenta de dónde se encontraban. El conocimiento del destino inminente es a menudo más aterrador que una muerte repentina e impredecible, pues metafóricamente se puede ver la visión de una enorme guillotina suspendida en el vacío cuando se levanta la vista. Así que los hombres luchaban, el alambre y los tirantes que los sujetaban crujían con brusquedad, más sangre goteaba de las heridas y las decorativas ramas florecidas temblaban sin cesar.

Herstal había dado un paso lento hacia el primer hombre: Derek Kermit, tendido en el suelo. Un hombre de mediana edad un poco más despierto de lo que había estado un momento antes, y que ahora intentaba moverse sobre sus manos y rodillas, pero este sentido común aún era aparentemente poco eficaz. Sólo cuando Herstal se acercó más se dio cuenta de que, al amparo de aquellas ramas florecidas, las extremidades de Kermit estaban sujetas por largos clavos clavados en la parte superior de las tablas que tenía debajo, y la sangre seguía manando de las penetrantes heridas mientras se movía.

"Tendrás que entenderme en ese sentido, de hecho son bastante poco cooperativos con mi trabajo". Albariño dijo en ese momento desde el exterior de la barca. No intentó pisar el sólido altar de plantas y madera, pues no era el camino que se había preparado para él. "Claro que si crees que limitar su lucha cortará tu diversión, puedes arrancar todos esos clavos".

Herstal no dijo ni una palabra mientras lentamente, como una bestia a punto de potenciarse, se agachaba frente a su primera víctima. La garganta de Derek, que se retorcía y forcejeaba por intentar alejarse de Herstal, emitió un sonido entrecortado y temeroso, pero el forcejeo no surtió efecto, y Herstal apretó lentamente la fría hoja contra su cara escuchando que el hombre emitía un gemido entrecortado.

Vino y armasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora