Dionisio en la tumba 03

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La Psiquis que hay en mí nunca morirá.

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"No lo entiendo". Dijo Albariño.

Ambos estaban sentados en la proa del barco, la luz dorada del sol se deshacía en fragmentos punzantes sobre el agua, y una bruma lechosa aún llenaba las superficies del lago. Xana [1] Bacchus estaba sentada a su lado, con una mano sobre los remos, y con una sonrisa bastante amable en su rostro.

—- Muchos años después, se vería esa misma sonrisa en el rostro del propio Albariño Bacchus cuando se dirigía a sus compañeros o a las víctimas que acudían a la oficina forense para identificar sus lesiones, haciéndoles creer que estaban verdaderamente cuidados.

Los dedos de Xana alisaron con ternura el cabello rizado de las sienes de su joven hijo; su propio cabello era de un rubio muy claro, suave y satinado, con una tez clara que presentaba los rasgos distintivos de una raza española del norte.

Sus colegas del hospital decían que el joven se parecía más a su padre, pero Xana sabía que su hijo se parecía a ella en donde más importaba: sus núcleos.

"No hace falta que lo entiendas ahora, tienes mucho tiempo para dedicarte a averiguar estas cosas, Al". Dijo, deslizando sus dedos por el pómulo del joven, "Lo más importante que debes saber es esto: eres libre, no estás envuelto en la sombra de tu padre o la mía, puedes elegir ser como tu padre, o ser como yo, o simplemente ir y hacer lo que quieras".

Albariño susurró: "Yo... siento un anhelo..."

"Entonces ve detrás de ese anhelo". Dijo Xana con rotundidad. Todavía sonreía cuando dijo esto, y esa expresión la hizo parecer muy joven," no hay necesidad de apresurarse, tienes todo el tiempo del mundo, además... nunca debes de actuar con premura indiscriminada. No tienes que tratar de imitarme, ni a ningún otro que haya existido antes; tienes que elegir lo que más te convenga".

"¡Lo sé!" Albariño levantó la voz, sonando un poco molesto, "pero ¿cuál es el camino correcto para mí?".

"Es algo que experimentarás por ti mismo", Xana le guiñó un ojo, "¿recuerdas la vez que estuvimos en París cuando eras un niño y te llevé a ver 'La Balsa de la Medusa'[2]? ¿Qué te dije en ese momento, Al?"

"Que podemos verlo todo el tiempo que queramos y decidir por nosotros mismos el momento en que terminará". Albariño respondió en un susurro.

"Exactamente, y es lo mismo ahora".

La sonrisa en los labios de Xana parecía más suave cuando se inclinó y le dio a su hijo un rápido beso en la mejilla -aunque el joven era lo suficientemente mayor como para sentirse incómodo con esa intimidad- y luego retiró la mano que antes se había posado en el hombro de Albariño y se puso de pie en la barca, desasiéndose de los zapatos de 'boca de pez' que llevaba en los pies mientras la barca se balanceaba por sus movimientos.

Salpicaron más gotas de agua, pero Albariño permaneció sentado, inclinando la cabeza hacia atrás para mirarla. Estaba orientada en la dirección del sol naciente, por lo que parecía casi una sombra borrosa y sombría. El viento agitó el tul de su vestido rojo como un vaho de sangre.

Albariño susurró: "Mamá..."

"Ya hemos hablado de esto antes, ¿no?" Dijo suavemente: "Creo que ahora es el momento, Al".

"Recuerdo que antes hablamos de la 'muerte'". Señaló Albariño.

"Hablamos de ello porque iba a llegar tarde o temprano, y consecuentemente, quería que ocurriera bajo mi control; porque la belleza es de corta duración, especialmente para alguien que tiene carne que se descompone". Xana se retiró unos mechones de pelo que el viento había arrastrado por sus mejillas, y en su cabello llevaba delicadamente prendido un pequeño ramo de hortensias que había sacado del jarrón de cristal en el que había colocado las flores junto a la puerta antes de salir por la mañana. Albariño sabía que le encantaba ver la expresión de impotencia de su padre cuando la veía sacar las brillantes flores, por lo que sabía que lo hacía sólo por diversión.

Vino y armasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora