Capítulo 7.

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Su confianza, tan radiante al principio, comenzó a decaer después de una semana sin novedades del doctor Lecter. Solo había dos explicaciones para eso, y ninguna le gustaba.

"O han sido alucinaciones mías, o se ha arrepentido. ¡Pero no pude imaginarlo, estoy seguro que me ha insinuado cosas! Podría jurar que esa noche en el jardín, si le hubiera dado pie, me habría hecho suyo. Se le notaba en la manera de fruncir los labios las ganas que tenía de… ¿¡y por qué no me llama entonces!?" se interrumpió a sí mismo furioso, maldiciendo a Hannibal Lecter por dejarlo esperando con la duda en vez de hacerse cargo de sus sentimientos. Los que fueran, de amor o simple calentura. Hasta eso le habría venido bien, porque con cada día que pasaba lo veía más sexy, el tipo de maduro que podía volver loco a un joven como él. Habría aceptado una revolcada si se lo proponía, tenía pinta de hacerlo bien y ya le estaba haciendo falta algo de cariño. Pero mientras no lo buscara, no tenía cómo demostrar su buena voluntad. 

-¿Todavía nervioso por la ausencia de tu sugar daddy?- le tomó el pelo Beverly aquella tarde, después de arrojar bruscamente su celular en su mochila.- Tranquilo, dale tiempo y lo tendrás a tus pies. Nadie podría resistirse a tu encanto.

-Serás… no te lo conté para que te burlaras, ¿sabes? ¡Y no es mi sugar daddy, yo no necesito caer tan bajo por dinero!- explotó con rabia contenida, porque no quería que nadie más lo supiera pero no podía controlar su malhumor.- Y tampoco me interesaba tanto de todas formas, solo era una posibilidad. Los viejos con plata no son mi tipo, suelen ser unos pervertidos de lo peor. 

-Ya. Claro. Y tienes razón, pero este Lecter no es viejo por lo que vi en fotos, y tú mismo me dijiste ayer que su cara te prende. 

-¡No es cierto!

-Querido, engañar a tu mejor amiga es tan deshonesto como inútil- lo calmó Beverly con una sonrisa de superioridad que lo enfadó hasta que ella agregó algo.- No tienes que estar en guardia conmigo, ¿de acuerdo? Yo no te juzgo… y está bien si te sientes confundido por su ausencia. Pero estoy segura que pronto te llamará, no te preocupes por eso. Es un tipo ocupado, pero si actuó como dices seguro has estado en su mente todo este tiempo.

-Bueno… sí, puede ser…

-Anda, bajemos a comer algo al parque, ¿quieres? Te sentirás menos tenso con unas buenas hamburguesas en el estómago. Y olvida el teléfono, tu ya le diste tu número y el resto depende de él. 

-Sí, cla… ah.

Beverly lo miró. Se había quedado en silencio.

-¿Qué pasa?

Will pareció incómodo y avergonzado, pero al fin tuvo el valor de mirarla a los ojos y decirle:

-No le he dado mi número. Estaba borracho la última vez que nos vimos, no se me ocurrió ni por un segundo que tenía que darle mi número para que me hablase.

-Ah… ahhhh, ya… 

Contener la risa era lo que haría una amiga, pero reírse a carcajadas era lo que haría una muy buena amiga como ella. Will tuvo que soportar que se riera de su despiste durante todo el trayecto hasta el parque, acusándolo de dramático y recordándole que por más importante que fuera Hannibal Lecter, no era un investigador privado que podía rastrear su número en la compañía telefónica o algo así. Él, en cambio, era hijo de un socio del doctor y seguramente podría haber conseguido su teléfono a través de su padre.

-No se me ocurrió, ¿de acuerdo? ¡Ya basta, deja de reírte! Hoy mismo cuando vuelva a casa buscaré en la agenda de papá el maldito número, y no quiero oír una palabra más del tema. 

-¿Me contarás al menos si lo hacen? Ya sabes. El amor. El sexo. O si quiere ser tu esposo y tener hijos hermosos y un perro labrador como mascota…

-Por el modo en que te has reído de mí no debería contarte nada, pero está bien, lo haré. Si es que sucede algo, a estas alturas probablemente ya se haya hartado de esperarme. Le deben llover las oportunidades, ¿por qué yo sería especial?

Máscara OrdinariaWhere stories live. Discover now