Capítulo 35. Cenicienta

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-Sin ti no hubiera superado el ataque de pánico. Probablemente me hubiera muerto ahí mismo.

Es, paradójicamente, lo que menos me avergüenza decir.

Noto un atisbo de compasión asomarse por un lado de la boca de Ty, y me doy la vuelta completamente hacia él cuando extiende las manos y empieza a acariciar el dorso de las mías.

Por afuera estoy seria e inmóvil, pero por dentro ardo.

-No te ibas a morir. La ibas a pasar mal por un buen rato, pero no te ibas a morir.

-¿Cómo lo sabes?

Su mirada se posa en mis dedos. El olor a piel del coche me marea, pero no puedo dejar de observar su rostro.

-Eso te lo voy a decir más adelante- susurra Ty, y finalmente nuestros ojos se encuentran.

Estamos tan cerca que puedo oler su aliento a menta y ver todos los pequeños poros de su piel. Me siento una mensa por fijarme en estos detalles, pero es casi automático.

Intento recordar que estoy sentada en el coche del chico que prácticamente todo el instituto desea y admira, del gran actor, del coreano más sexy de Colorado; sin embargo, si no supiera su trasfondo, nunca diría que es alguien famoso. Su extrema humildad engaña.

Mis ojos se deslizan hacia sus labios, que parecen estar siempre húmedos. Ty entiende mis intenciones y acerca un poco más su cara a la mía.

Quince centímetros. Nos separan quince putos centímetros.

-Gracias a ti por ser como eres, Vanesita- susurra, seductor. Dejar que sus cumplidos me cubran es como un bálsamo.

No despego la mirada de él mientras se acomoda mejor en su asiento y estira un poco el cuello hacia mi cara.

Diez centímetros. Creo que me voy a desmayar.

Mis labios se separan casi sin querer, y veo que los de Ty hacen lo mismo. Pongo una mano alrededor de su cuello y otra en su pecho, comprobando que su corazón late casi tan deprisa como el mío.

Nunca he besado a alguien, así que no sé cómo se hace. No puedo esperar a que Ty me lo ensañe.

Siete centímetros. Casi me dan ganas de empezar un diario para contarle lo que me está pasando ahora. Ya me imagino las primeras palabras que escribiría:

"Querido diario: hoy he besado por primera vez al chico que me gusta..."

Cinco centímetro. Ya está. No hay vuelta atrás. Me preparo mentalmente para sentir la lengua de Ty entrar en mi boca y saboreo con gusto la espera.

Inclino ligeramente la cabeza y...

¡Bang!

Un fuerte estruendo perfora la noche, y Ty y yo nos apartamos enseguida.

-¿Qué ha sido eso?- pregunta mi acompañante, volteándose rápidamente hacia atrás.

Yo carraspeo y miro el espejito retrovisor, roja por la frustración. Quiero saber quién es el pendejo que nos ha cortado el rollo y asesinarlo con una ametralladora.

Abro mucho los ojos cuando veo a Lucas El Lanzapiedras salir de un coche rojo tras haber azotado la puerta.

Con él está una mujer con dos melones en lugar de tetas, que le está clavando sus largas uñas de gel en el cuello mientras lo empuja hacia su casa. Tiene el ceño fruncido y parece molesta, así que asumo que es su madre y que ha ido a recogerlo a comisaría.

-¡Entra en casa!- grita la mujer, reforzando el agarre sobre el cuello de Lucas.

Él se queja y se resiste, a lo que su madre le calza un madrazo en pleno rostro.

-¡Te dije que entraras en casa, Lucas Locke!

Las farolas que iluminan la calle proyectan una luz rojiza sobre el pelo rubio de la mujer, haciéndolo lucir como una de esas pelucas sintéticas de Carnaval.

Ella y Lucas desaparecen entre gritos y empujones adentro de su casa, y yo suelto un largo bufido y miro hacia el frente.

¿Cómo es posible que ya hayan soltado a ese criminal de Lucas? Se merecería por lo menos treinta años de prisión por lo que me ha hecho.

Cierro los párpados, irritada. Vale, tal vez  estoy exagerando.

Inhalo y exhalo muchas veces, y, cuando siento que los latidos de mi corazón ya se han ralentizado un poco, volteo hacia Ty.

-Tengo que irme- digo cortante, y abro la puerta de su coche.

Chirriones, nunca me imaginé que iba a salir de un Porche tras haber pasado la tarde con mi crush. Todo hubiera sido perfecto si el idiota de Lucas no hubiera vuelto a casa justo cuando llegaba yo.

Me asomo por la ventanilla de Ty y le dirijo una sonrisa triste. No quiero pagar con él mi frustración.

-¿Tienes algún problema con Lucas?- me pregunta, frunciendo el ceño.

Asiento.

-Cuando estaré lista te lo contaré.

Ty parece pensativo pero no dice nada. Esboza una pequeña sonrisa antes de soltar: -Buenas noches, tren A. Tren B no puede esperar a que nos crucemos otra vez.

Hace el saludo militar con una mano y pone el coche en marcha.

Yo me quedo mirando fijamente mis zapatos mientras el Porche desaparece por las calles de Rose Lake, y no puedo evitar sentirme como Cenicienta ahora que Ty no está a mi lado; ya ha llegado la medianoche, y, por arte de magia, mi carroza ha vuelto a ser una estúpida calabaza y mis vestidos uno trapos sucios. El Príncipe No-Azul se ha ido, y no sé cuándo volverá para devolverme mi zapatilla de cristal.

Trepo por la escalera de mi casa más ágilmente de cuando bajé, intentando ponerle nombre a todas esas sensaciones tan distintas que florecen en mi pecho: felicidad por haber pasado la mejor tarde de mi vida, agradecimiento por haber encontrado a un chico tan maravilloso entre tanta escoria y, cómo no, frustración por haber pillado a Lucas en libertad.

Paso las piernas por el marco de mi ventana y me deslizo adentro. Mi habitación está a oscuras y huele a lavanda y suavizante de ropa.

Estoy tan cansada que solo quiero desplomarme en la cama y dormir, así que ni siquiera bajo al comedor para ver si papá me está esperando. En cambio, me dirijo hacia el interruptor al otro lado del cuarto sin hacer ruido y enciendo la luz.

Ahogo un grito cuando volteo y veo a mi padre sentado sobre mi cama.

Me mira de arriba a abajo y luce una sonrisa asesina.

-Boo, cabrona.

Simplemente Vanesaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن