38. Melibeo

500 127 33
                                    

Esto es una jodida pesadilla

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Esto es una jodida pesadilla. No me creo que esté pasando.

Acabo de ver con mis propios ojos cómo Calisto se precipitaba del muro que separa mi huerto del exterior.

No, no, no.

Seguro que ha caído de pie, como los gatos. O a lo mejor se ha dado un porrazo tonto, sin que le haya ocurrido nada grave.

No puede tener tanta mala suerte, aunque sea tan torpe.

Echo a correr hacia la cancela de mi casa y salgo a la calle, cruzando los dedos y rezando para que se encuentre bien.

Sin embargo, en cuanto veo su cuerpo extendido bocarriba sobre el suelo, el pánico invade mi interior y me temo lo peor. Un puñado de personas (unas, conmocionadas porque habrán presenciado la escena y otras, para curiosear) se acercan y yo me arrodillo al lado de Calisto, esforzándome en tragarme el nudo de la garganta y en no derrumbarme de manera innecesaria sin antes asegurarme de que sigue en este mundo y que no me ha dejado solo.

Creo escuchar de fondo a alguien comentar que está llamando a una ambulancia, pero ahora mismo eso no me importa, de modo que me concentro en comprobar primero que el Furby no se ha hecho ninguna herida (no le veo sangre por ningún sitio), y después su pulso. Verifico que está respirando y suspiro de alivio al saber que sigue vivo.

Pero que tenga pulso y sus pulmones funcionen no logran tranquilizarme al completo, porque ha perdido el conocimiento y eso, quizá, puede significar que algo malo le ha sucedido a su cerebro. O está fingiendo para darme un susto y abrirá los ojos en los próximos segundos o minutos.

—Venga, no te hagas de rogar y despiértate, Furby —le hablo con dulzura, acariciándole la mejilla y contemplando su rostro por si hace algún gesto, mueve una pestaña o se asoma una sonrisa a sus labios—. Si lo haces, te prometo que te perdono, me olvido de tu traición y te doy una segunda oportunidad. Por favor.

Me da exactamente igual lo que me haya hecho. Necesito que esté de vuelta. No quiero perderlo.

Joder, le prometí a su familia que cuidaría de él y no lo he cumplido. La caída ha sido por mi culpa; me siento responsable, porque seguro que se ha distraído pensando en nuestra ruptura cuando iba a bajar por el muro.

—¡Me cago en todo, maldito Calisto! —le grito, abofeteándolo para que reaccione. Entonces, no aguanto más y comienzo a llorar, con mi frente pegada a la suya—. Te lo suplico.

¿Por qué demonios tarda tanto esa ambulancia?

—¡Melibeo! —Celeste pronuncia mi nombre, atacada de los nervios, y se agacha para estar a mi altura—. ¿Qué ha pasado? He venido corriendo cuando he tenido un mal presentimiento.

Le explico entre balbuceos lo que ha ocurrido y ella me escucha con atención, aunque no entienda la narración ininteligible que estoy soltando.

—Dime que te sabes algún hechizo para que recupere la conciencia o para resucitarlo —le pido, perdiendo la esperanza de que la ambulancia llegue a tiempo, pero mi amiga me responde que no puede hacer nada—. Eres bruja; tiene que existir algo.

Calisto y MelibeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora