17. Calisto

569 146 39
                                    

Me quiero ir a mi casita

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Me quiero ir a mi casita. Es ilógico que no existan chicos normales en esta ciudad.

—¿Qué le dice un espagueti a otro? —me pregunta el tipo con el que estoy ligando, en la disco donde se está celebrando la fiesta universitaria, y yo le respondo que no lo sé—. ¡Oye, mi cuerpo pide salsa! —Y se echa a reír como si fuera lo más gracioso del mundo.

Yo finjo una carcajada y le doy un sorbo a mi bebida.

Mis amigos se han perdido por ahí hace rato y yo me he dedicado a buscar otro muso durante la mayor parte de la noche, pero he perdido el tiempo porque no he encontrado nada interesante. Todos los chicos con los que he interactuado hoy tenían alguna tara: uno mascaba chicle de una manera muy vulgar, otro me ha tirado su cerveza encima sin querer, otro no paraba de hablarme de su madre, otro me ha intentado vender una aspiradora, otro me ha propuesto que fuésemos al baño para que le practicara sexo oral... Todo mal. Y el último, que es con el que estoy sentado en un reservado, está buenísimo y cuenta con las características físicas necesarias para ser mi amor; su único defecto es que no para de contarme chistes malísimos. ¡Encima, en este sitio sólo ponen canciones horribles de reguetón, que eso ni es música ni es nada!

Que alguien me ayude. Estoy sufriendo.

—¿Sabes qué le dice un techo a otro? —continúa el cómico—. ¡Techo de menos! —Y vuelve a estallar en risas.

Socorro. Ojalá sonara ahora la alarma de incendios para salir corriendo.

Noto mi móvil vibrar en el bolsillo de mis vaqueros, que siempre me lo traigo a las fiestas por si sucede algo o no encuentro a mis amigos, y leo el mensaje que acabo de recibir.

Bruja: «¿Necesitas ayuda con don Comedias?»

¿Cómo? ¿Me está espiando con sus poderes y su bola de cristal?

Levanto la vista de la pantalla y miro a mi alrededor, buscando a esa estafadora entre tantas personas, pero no la localizo, ni a ella ni a su amigo.

A ese Melifeo no lo he visto en toda la noche ni por casualidad, y eso que me he esforzado para encontrarme con él, recorriéndome el local entero.

Menuda desilusión. A él sí que le estimularía el pene con mi boca en los sucios baños y todo lo que me pidiera... Y no sé por qué estoy pensando esto si me da asco; será por culpa del alcohol que he tomado, que me obliga a comportarme como si no fuera yo.

—¿Qué dice una cereza cuando se mira al espejo? —el cómico interrumpe mis cavilaciones.

—A ver, sorpréndeme —le respondo, hastiado.

—¿Ceré eza? —Y, de nuevo, se ríe de su propio chiste y yo simulo otra carcajada por educación.

Qué chico más pesado, por Poseidón. Que se cosa el hocico y me deje tranquilo, que es más aburrido que la bazofia de literatura que se escribió en el siglo XVIII español.

Calisto y MelibeoWhere stories live. Discover now