Capítulo 13

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Franco
—Desembucha ya —exige la peliroja de piernas cruzadas mientras bebe un cóctel.

—No es nada que no te hallas imaginado ya —le contesto y me acerco a ella para que me arregle el nudo de mi corbata— no lo ajustes tanto, la vez anterior casi me ahogo.

—O sea que tienes una especie de obsesión con la cubana ¿No? —dice y deja a un lado su bebida, se dedica a anudarme la corbata y cuando termina me palmea el pecho.

—No exageremos, quiero conocerla y quizá algo más luego —me encojo de hombros y poso frente a Verónica—. ¿Cómo me veo?

—Guapo como siempre. Éxito en tu cita... —desea y hace una pausa para mirarme picardiosa—, y usa preservativo, bastante tienes con Riley.

—Muy graciosa sirena, graciosísima. Ya me voy —le lanzo un beso—. Contrólame todo esto —le recuerdo recorriendo los alrededores de Vitale con la vista y ella rueda los ojos.

—Como siempre, el día que mueras me corresponde el 70% del poder.

—Debes estar rezando porque eso ocurra.

—Oh no sabes cuánto.

—A partir de hoy tendré más cuidado, nada de aceptarte ni un vaso de agua —jaraneo y nos echamos a reír.

En mi Crossover me encamino hasta el edificio donde están instaladas las meseras del club. Durante el trayecto pienso en lo fácil que me ha sido atraerla hasta mi y sonrío satisfecho. Es increíble lo que el dinero y el poder pueden hacer.

Es las siete y cincuenta y he llegado al lugar acordado. Espero apoyado de mi auto los diez minutos que faltan y cuando estoy a punto de llamarla su figura se asoma por la puerta de salida del edificio. Escaneo su esbelta silueta mientras se aproxima a mi posición y lo que más me gusta es la seguridad con la que camina, como si estuviese consciente de lo hermosa que luce.

—Hola —pronuncia, junta su mejilla con la mía y hace chasquear un beso. Frunzo el entrecejo ante su peculiar forma de saludarme y retiro la mano que iba a ofrecerle.

—Sei sbalorditivo —la halago admirando su estilo que logra ser tan elegante como el de cualquier mujer de alta posición.

—Tu ex, por si acaso —contesta entre dientes y luego de mirarla enigmático comprendo la intención de sus palabras y suelto una risa sonora.

—He dicho que estás deslumbrante —aclaro con la sonrisa en los labios y me dedica una mueca apenada de que ha entendido—. ¿Nos vamos?

—Sí.

Le abro la puerta del copiloto y ella entra con torpeza. Rodeo el auto y me adentro para minutos más tarde encontrarnos en las carreteras de Central Park.

—¿Te gusta la comida italiana? —le pregunto a la castaña.

—Si te refieres a que si como pastas, pizza y arroz blanco... Pues sí, si me encanta —contesta emocionada y sonrío.

Gustavo me ha comentado lo suficiente como para deducir a qué lugar debería llevarla hoy. Criada en un país donde cada día se come prácticamente lo mismo sin oportunidad de elegir el menú de la cena o el almuerzo, no sería convincente llevarla a un restaurante caro dónde sentiría que no encaja.
Me han dicho que en Cuba aman la pizza, y que no son tan grandes ni variadas como las de Italia y otros países del mundo. Así que el plan para hoy será mostrarle las mejores pizzas de Nueva York. He marcado para un reservado en Storico, un restaurante de comida italiana a unas cuadras de mi apartamento.

Storico es un local bien decorado, con un buen servicio y con una comida de estilo europeo. Todo ello a buen precio. Adoro venir aquí. El ambiente es muy bonito y la comida de muy buen sabor. El Tiramissu, por Dios, expectacular.
El menú del chef Edward Crochet propone una cocina italiana enraizada en la tradición pero refinada con técnicas modernas e ingredientes de temporada. Las pastas artesanales hechas a mano no se deben desaprovechar. La carta de vinos italianos con más de cincuenta etiquetas, entre las cuales veinte se pueden degustar por copa, acompaña a un bar completo.
Es un lugar agradable, luminoso y algo espacioso para comer cuando se visitan los museos locales. La comida es buena, el servicio muy agradable, la comida está rápidamente y, en general, es una excelente experiencia que no dudo en repetir cada mes.

Le comento a Mariana cada detalle que conozco del restaurante y ella queda muy impresionada. Además me dice que solo ha ido a dos restaurantes, ambas veces en Cuba, y que no pudo darse el lujo de pedir todo aquello que se le apeteció. En homenaje a su comentario en esta salida tendrá la oportunidad de pedir todo lo que desee.

Entramos al hermoso local y la chica de la mesa de reservados es quien nos recibe gustosa. Nos indica nuestra mesa, la cual se encuentra en una esquina iluminada y apartada del resto del primer salón de comensales.

Unas vez sentados le muestro la carta menú y sonrío al ver cómo sus ojos se agrandan.

—¡No sé nada de inglés! ¿Qué dice aquí? —me susurra lo último y hago un esfuerzo por no reír más de lo debido.

—Permíteme mencionarte los platillos, pide todo lo que quieras —le hago saber que estoy a su disposición y asiente.

«No acabo de entender la magia que usa para embriagarme de esta manera con solo sentir su oresencia».

—Definitivamente la pizza esa con cosas raras que mencionaste de última.

—¿Pizza mixta? Tiene peperoni ¿Te gusta?

—No sé qué rayos es "peperoni" —hace una mueca al pronunciar la palabra peperoni y luce graciosa—, pero suena bien, así que sí, quiero pizza con peperoni.

—De acuerdo latina —cierro la carta con los cuatro pedidos que hizo en mente y llamo a la mesera con un gesto de mano. Somos atendidos de inmediato y la cara que pone Mariana al ver todos los platillos sobre la mesa no la cambiaría por nada.

—¡Ay mamita! —musita agarrando el cubierto y el cuchillo—. Si gustas de la mía puedes servirte.

«¿A caso no puede ser más especial está chiquilla?». Me digo a mi mismo embobado con sus palabras.

—Por supuesto —contesto y me dedico a comer mi espaguetis.

Doy un sorbo a mi copa de vino y disfruto ver cómo Mariana enguye cada trozo de pizza con ansias. Acabo de descubrir que me gusta verla comer.

—¿Te vas a comer eso? —me pregunta señalando mi platillo con un trozito de pizza forrada de queso y niego con la cabeza—. Entonces le haré el favor a mi estómago de acogerlo —suelta y ella misma comienza a reír. Su risa es tan contagiosa y sus actos tan chistosos que definitivamente no olvidaré esta noche jamás.

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     𝕌𝕟 𝕓𝕒𝕚𝕝𝕖 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝔽𝕣𝕒𝕟𝕔𝕠
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Al terminar de cenar aprovecho para aclararle cada cosa que hice para atraerla a mi club y ella escucha atenta sin siquiera interrumpirme. Y no es hasta que culmino que hace una mueca irónica y ladea sus labios en una sonrisa. Me observa silenciosa apoyada de sus codos con su rostro entre sus manos. Pestañear repetidas veces y lame sus labios para decirme...

—¿Tenías que montar todo ese rollito para conocerme? —cuestiona y paso una de mis manos por mi cuello para luego inclinarme hacia adelante y contestarle con un movimiento afirmativo de cabeza—. Lo considero tierno.

—¿Tierno?

—Sí, no me entra en la cabeza que un HOMBRE —dice haciendo énfasis en la última palabra mientras agranda los ojos—, como tú, se tomase el tiempo de idear un plan para conocerme. ¿Te imaginas que yo hubiese sido una loca? O peor, una estafadora con instintos asesinos, nunca se sabe, quizá no soy lo que crees —habla gesticulando y me saca otra sonrisa.

—No lo creo... ¿Me estás insinuando que eres peligrosa? —tonteo con la pregunta y mis ojos se desplazan a sus carnosos labios.

—Quizá, puede ser, no lo sé —se encoge de hombros.

—¿Me das la oportunidad de descubrirlo?

—¿Va a despedirme o no? —suelta cortándome el tema y me recuesto a la silla.

—Que impredecible eres latina —digo negando con la cabeza y ella muerde su labio inferior—, te ves demasiado sensual cuando haces ese gesto como para despedirte. Mañana te incorporas con las demás chicas. Pero...

—¿Pero?

—Pero debes contestarme ¿Me dejarás descubrir más de ti? —le propongo y ella tuerce sus labios pensando una respuesta.

—Tienes mi permiso, jefe.

💃Un baile para Franco🤑✅Where stories live. Discover now