Capítulo 25. El mago de Oz

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El chico intenta acercarse a Ty como puede, dándole codazos a los otros admiradores y sacando el celular por encima de las demás cabezas, como si de una bandera se tratara.

Una vez, en clase de historia del arte, una profesora nos enseñó a sus alumnos un cuadro famoso de un pintor francés, que se titulaba "La libertad guiando al pueblo". La protagonista era una mujer semidesnuda que tenía alta la bandera francesa, y que se elevaba sobre un amasijo de nobles y soldados que luchaban o yacían muertos a sus pies; si me hubieras dicho en esos tiempos que un día iba a ver la representación humana de ese cuadro, probablemente te hubiera reído en la cara.

Pero aquí estoy, en mi primera semana en una escuela nueva, presenciando como un exaltado subnormal blande su celular con orgullo y suelta madrazos a cualquiera que intente estorbarle... De locos.

Estoy asombrada, y me pregunto si tal desmadre pasa cada vez que Ty regresa a la escuela después de haber grabado una serie. Si es así, cosa que sospecho fuertemente, no entiendo como Ty haya podido sobrevivir tantos años sin haber perdido la cordura nunca. Yo, de estar en su lugar, ya habría empezado a enloquecer hace tiempo.

Me aparto como puedo de la bola de fanáticos de Ty, y avanzo hacia la mesa de mis amigos esquivando celulares, plumas para los autógrafos y cámaras fotográficas.

-¡Vi!

Eve se levanta de un brinco de su silla en cuanto me ve, y se dirige hacia mí con los ojos muy abiertos y las manos tapándose la boca, como si acabara de ver la reencarnación de la Virgen.

-¿Cómo estás, corazón?

Me abraza con fuerza, clavando sus largas uñas de gel en mi espalda en el proceso. Nos quedamos unos momentos abrazadas y sin decir nada, con el solo ruido que hacen los fanáticos de Ty como fondo. Me imagino que Eve ha de haber sabido lo que me ha pasado en clase de mates, pero no estoy segura de que haya sido a través de Daisy.

De echo, mi amiga sigue desplomada sobre el regazo de Connor, con la boca contraída en una mueca y los ojos que han perdido su típico brillo, asemejándose más bien a un mar tormentoso que al usual lago aguamarina.

Me da mucha rabia verla así de derrumbada, y su risa y sus bromas retumban en mi cabeza como un eco lejano mientras solloza.

No me puedo creer que la tonta de Laia haya podido traumatizar a Daisy de esa forma y provocarme a mí un ataque de pánico. De repente, todos los pensamientos positivos que había intentado forzar antes se desmoronan como castillos de arena aplastados por las olas del mar.

Mientras me lanzo sobre mi amiga para apretarla en un fuerte abrazo a ella también, le juro al universo que me voy a vengar; que Laia va a pagar por todo lo que ha hecho; que esto es solo el principio de su fin.

-Vanesaaa...- gime Daisy al percibir mis brazos alrededor de los suyos, y siento como su mano busca la mía; es fría como el hielo a contacto con mi piel, como si llevara muerta mucho tiempo.

-Estoy aquí, no te preocupes- le recuerdo, sentándome a su otro lado.

Daisy se incorpora momentáneamente para aterrizar sobre mi regazo unos segundos después, dejando a Connor con la cara perpleja.

-¿Tan rápido me abandonas?-, pregunta, cruzándose de brazos.

-Los muslos de Vi son una almohada mejor- solloza Daisy, aunque no es cierto: mis muslos sonó mucho más huesudos que los de Connor, por lo tanto es incómodo apoyar la cabeza en ellos.

Una vez, de pequeños, Juancho lo hizo, y, después de los primeros treinta segundos, saltó como un resorte, gritando al mundo entero que le estaba lastimando la oreja con mis piernas de palito. Desde entonces tengo un nuevo complejo con mi cuerpo.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now