Capítulo 15. Enanos y pitos

Comenzar desde el principio
                                    

Chris parece confundido. Se rasca la nuca y sus ojos se disparan hacia el cielo con tal de no encontrarse con los míos.

-No mucho- carraspea incómodo, sin dejar de caminar y aplastar las bellotas que han caído en la acera con sus botas -. ¿Cómo chirriones hemos terminado hablando de feminismo?

-Es toda culpa del pito de ese enano- me río, y de repente dejo de hacerlo: -¡Mierda!

Me he dado contra un buzón con la espalda: mis peores pesadillas se han hecho realidad. Mientras el dolor se extiende por toda mi espina dorsal hasta mi cuello, Chris no para de reírse. Se agacha frente a mí, que estoy apoyada con la espalda a la base del recinto de una casa, y me da dos golpecitos en la cabeza.

-No llores, mi pequeña enana.

-¡No soy una enana!- le grito, presionándome el punto en el que me di con el buzón con mi mano.

Mido metro sesenta, y, aunque es cierto que Chris me saca más de dos cabezas, tampoco es que sea muy baja. Además, si camino recta gano unos dos centímetros de altura, pero eso pasa muy pocas veces.

-Ya, es verdad, hay chicas más bajas- admite Chris, con una sonrisa en los labios. Voltea hacia el enano con el pito al aire y resopla: -¿Qué habrá hecho de malo el dueño de la casa para que le hicieran algo así a su pobre enano de jardín? O sea, ese barrio parece muy tranquilo, y no creo que haya muchos maleantes que se entretengan dibujando huevos...

Me incorporo, aunque la espalda me duele bastante y los primeros pasos que doy son inseguros y tambaleantes; seguramente me he dado en algún nervio cerca de la columna, porque el dolor que siento se asemeja a cuando te das un golpe en el codo. Bueno, por lo menos no necesito ser internada en un hospital y no me he roto nada. Me salió barato el accidente.

-Efectivamente, no hay muchos maleantes por esa zona- confirmo, recordándome de lo que me había dicho papá sobre la seguridad en nuestro barrio, -pero no me sorprende que la tengan agarrada con ese enano.

-¿Por qué?- Chris me sigue mientras sigo caminado lo más rápido que mi espalda me permite por la acera.

Resoplo y miro disimuladamente hacia las mansiones a mis espaldas.

-Porque la casa pertenece a Karen- digo, sin poder esconder el fastidio que me provoca hablar de esa persona.

Chris parece genuinamente confundido.

-¿Es muy mala persona o qué?

Me hecho a reír como una psicópata y me doy golpecitos en la sien con un dedo.

-Esa vieja está loca. Completamente loca. Creo que es lo más parecido al diablo que he visto en mi vida.

Mi amigo parece curioso mientras se vuelve a colocar su mochila gris sobre un hombro y acelera el paso para caminar justo a mi lado. Por su mirada fija entiendo que quiere saber más, pero tardo unos segundos en abrir la boca porque me incomoda hablar de Karen.

-Teóricamente no tendría que tener muchos problemas con ella, pero es que me saca de quicio- admito, y mi mirada baja automáticamente al suelo, como si de pronto mis zapatos viejos se hubieran vuelto muy interesantes -. Karen es una racista de mierda. Odia a todos los latinos y afroamericanos del barrio, y siempre tiene una buena excusa para meterse con sus vecinos; ha echado la bronca a una familia peruana que vive a su lado porque habían dejado los cubos de la basura fuera de casa por dos noches, y otro día ha recorrido toda la avenida para decirle a un morro negro que vive en la casa amarilla de la izquierda que bajara la música; es absurdo, porque la casa de Karen y la del chico están demasiado distantes cómo para que ella haya podido escuchar nada.

No me doy cuenta de que, mientras elenco los expedientes de Karen La Odialatinos, me pongo toda roja y empiezo a abrir y cerrar las manos, como si mis puños no se aguantaran y quisiesen aplastar de un golpe la grande nariz roja de Karen. Chris no dice nada por un buen trecho, y se lo agradezco, porque sinceramente estoy demasiado enojada como para prestar atención a nada que no sea mi alterada respiración.

-Además- empiezo de la nada, -mi padre nos dice a mi hermano y a mí que deberíamos estar agradecidos con Karen por no habernos dicho nada nunca. Es una locura, ¿Sí o qué? O sea, ¿yo debería dar las gracias a esa bruja por no haberse metido conmigo cuando no he hecho absolutamente nada malo? Es de locos, Chris, de locos. Este país es una mierda.

-"Este país es una mierda"- Chris imita mi voz y yo le suelto un puño en las costillas, aplicándole la menor fuerza posible para no lastimarlo demasiado pero a la vez hacerle entender que tiene que parar.

-Estoy hablando de algo serio, así que no me imites. Además mi voz no es así.

-Un poco sí es así.

-No.

-Sí.

-No.

-Sí.

-¡Chris, te digo que no!

-"¡Chris, te digo que no!"

-¡Oye!

Le suelto otro puñetazo en las costillas por haberme imitado, pero esta vez lo hago más fuerte. Chris deja escapar un gemido de dolor un poquito demasiado agudo, y en cuanto lo hace, los dos nos miramos instantáneamente a los ojos.

-¿Qué ha sido eso?- pregunto, y en mi cara se dibuja una sonrisa.

-Parecía algo para mayores de 18- comenta Chris, y extiende una mano hacia mi boca. Delinea con los dedos mi sonrisa, y me dice en voz baja: -¿Ves? El viejo Chris siempre te hace escapar una sonrisa, inclusive cuando estás enojada.

Sacudo la cabeza pero no aparto su mano de mi cara. Es bonito tener a un amigo como él, y sobretodo es bonito que me haya confesado tantas cosas sobre su pasado solo porque le importo.

-¿Qué es eso?- pregunta Chris, quitándome de la comisura de la boca una manchita roja de algo.

Se lleva la manchita a la boca muy poco higiénicamente, y sus ojos se iluminan como una bombilla mientras exclama: -¡Chamoy!

Me sonrojo automáticamente. Cada vez, después de comer, me voy al baño para asegurarme de que no tengo restos de comida alrededor de la boca o entre los dientes. Hoy tenía prisa de llegar al colegio y no lo hice, así que me he quedado todo el día con la comisura de los labios manchada del Chamoy de los tacos de mi padre.

Si Juancho no se hubiera terminado toda la avena que nos quedaba y alguien hubiera encontrado el tiempo para hacer la compra, probablemente no habría comido otra vez tacos esa mañana y ahora no estaría manchada de salsa picante. O sea, que era toda culpa de Juancho (creo que tengo el superpoder de culpar a mi hermano en cada circunstancia, inclusive si tiene muy poco que ver).

-¿Eso significa que hay Chamoy en tu casa?- reflexiona despacio Chris, y parece no notar mi vergüenza.

No me gusta parecer sucia o manchada, pero con Chris no hay nada de que avergonzarse. Me hace sentir tan a gusto que mi aspecto pasa en segundo plano.

-Claro que hay- respondo con una sonrisa, mientas restrego mi lengua por mis dientes para evitar restos de tacos o rosquillas -. Mi padre estará encantado de prepararte un delicioso taco al pastor, que, básicamente, es lo que comemos día y noche.

Chris se lame los labios y esboza una sonrisa: -Amo los tacos. ¡Viva México, cabrones!

Simplemente VanesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora