7. Esto No Es Carrie

Comenzar desde el principio
                                    

Me zafé de su agarre y gateé hasta la puerta de la cocina, después me puse de pie con dificultad (mis piernas estaban frágiles y débiles). 


Su ceño se profundizó todavía más y caminó hacia mí. Sabía lo que sucedería después: me daría una cachetada que me dejaría un moretón y y tendría que mentir en la escuela sobre la causa. Siempre sucedía, era como un maldito ciclo vicioso que se repetía una y otra y otra vez. 


Pero esta vez sería diferente. Sentía una adrenalina en mi cuerpo, la suficiente adrenalina como para enfrentarla por primera vez en diecisiete años. 


-¿Sabes lo que se siente que tu misma madre te corte las alas?, ¿qué te diga estúpida?, ¿qué te odie y que todo lo que intentes lo mande al infierno, nunca siendo suficientemente bueno para ella? -le respondí, gritando. Mi garganta estaba rasposa y adolorida, por lo que el grito sonó más como un graznido-. ¡Es tu maldita culpa por que esté así! ¡Por eso papá te dejó! ¡Eres fría, tirana y horrible! Eres tan manipuladora como tu maldita tía -escupí saliva en el suelo, para después correr a mi habitación y cerrarla con seguro.


Escuché sus pasos acercarse, después mi puerta tembló por la patada que probablemente le había proporcionado. 


Corrí hacia el baño con manos temblorosas, y abrí el primer cajón, buscando la pequeña cajita de metal inoxidable. Como no la encontraba, empecé a aventar las cosas que estaban en el cajón al suelo, con tal de localizarla. Estaba hasta el fondo del cajón y cuando la vi, inmediatamente la tomé en mis manos. 


Me quité la ropa de manera rápida, mi celular salió disparado por la taza del baño cuando aventé los jeans, me quité la blusa y después las botas, quedándome solo en ropa interior. 


Me metí debajo de la regadera, abriendo el grifo y poniendo el agua lo más caliente posible. Mi espalda se resbaló por la pared hasta quedar en el suelo, tumbada. Mi blanca piel se volvió rojiza y el agua caliente picaba por todos lados. Tomé la cajita y la abrí, mis manos moviéndose precipitadamente. 


Saqué la navaja. La toqué. Ella me devolvió el contacto, sintiéndola en el alma con tan solo mirarla. La pasé por mis piernas, solo acariciando el filo contra mi piel, sin tratar de rasgarla, sólo dejando que la navaja me diera el amor que necesitaba. Se sentía tan placentero el acariciar la navaja con mis piernas de esa manera, se sentía liberal, como si todos mis problemas se esfumaran con eso. Estuve un tiempo así, solo acariciando mis piernas con el filo de la navaja. 


En este mundo, el dolor es mi única salvación. Sentir que estás vivo, sentir que desangras porque ¡estás vivo! Eres un humano, que siente, que llora, que ríe, que puede llegar a ser feliz. La sangre es heroína para mi cerebro, una droga malditamente adictiva y deliciosa que es mortalmente letal. Es como si todo lo vieras de un diferente espejo, porque la sangre te demuestra que todavía sigues vivo, aún cuando tu corazón te dice lo contrario.

Ejercí fuerza sobre el pequeño objeto y clavé la navaja; sentí un punzada de gigantesco dolor, que fue remplazada con libertad. Un hilo de sangre comenzó a brotar de la cortada, sangre que el agua hirviente se llevó. La clavé con más fuerza sintiendo un cosquilleo caliente en el lugar donde me lastimaba, como si un fuego se propagara dentro de mi cuerpo, extendiéndose por mis venas y llegando hasta lo más profundo del hueso. Chillé. 

Saviour - Andy BiersackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora