¿Uno Más Uno? II

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Esteban estuvo toda la tarde junto a Marcia, acompañándola, cuidándola y mimándola a más no poder, no deseaba separarse ni un instante de ella. Hablaron de las pruebas, sospechas y todo lo relacionado con la investigación de la abogada para encontrar al asesino. Él la escuchaba atento, incluso aportaba ideas para las estrategias que la pelirroja ya tenía planteadas para encontrar al culpable. También ataba cabos con lo que le platicaba su esposa y sus recuerdos, cosas y acciones de sus amigos que hasta ahora tenían sentido.

La ojiverde se quitó un gran peso de encima. Saber que esa gran carga que traía sobre sus hombros ahora la compartía con su marido la tranquilizaba, se sentía segura al saber que ahora caminaría de su mano y que lo que tuvieran que enfrentar, lo enfrentarían juntos.

Al final del día, el semblante de Marcia no era el mejor. Los malestares se hicieron presentes, entre los mareos y recientemente las náuseas la tenían fastidiada por no poder hacer nada sin que estos se intensificaran. El cansancio se le notaba a la simple vista.

—¿Estás con la teniente acuña? –preguntó a su amigo que se encontraba del otro lado de la línea telefónica. Ella estaba sentada en el borde la cama del lado izquierdo, ya en ropa de dormir.

Esteban había bajado a hacer unos pendientes en el despacho y a buscar algo de comer para los dos, por lo que ella se encontraba sola en la habitación.

—Si, la teniente ya está buscando a Paula y haciendo una prueba de balística. –el abogado había estado pendiente todo el día sobre el caso de Paula.

—Por favor, agradécele mucho a la teniente de mi parte. –le pidió.

—Claro, yo le digo. Y descansa que han sido demasiadas presiones, demasiado estrés y no has estado bien de salud.

—Si, ya lo sé, pero no te preocupes, descanso. –vio como el pelinegro entró a la habitación con una charola con comida. –Hablamos mañana. –se despidió del español y colgó.

—Te traje un sándwich. –le dijo mientras caminaba hacia ella.

—No, no tengo hambre, gracias. –hizo mueca de dolor y se tocó el brazo del hombro lastimado. Realmente no tenía hambre, quien podría comer algo con el estómago revuelto y enormes ganas de vomitar.

—Es de queso de puerco que tanto te gusta. –dijo en tono divertido y le guiño el ojo, ya que ella odiaba el queso de puerco. No soportaba verla tan cabizbaja, sabía que se sentía mal pero aun así buscaba animarla un poco con sus ocurrencias. Dejo la charola sobre el escritorio. –Yo mismo lo prepare, por su puesto.

—Sonrió débilmente –es que... -negó con la cabeza e hizo gestos de disgusto.

—Es que es importante que comas algo, recuerda ya no solo eres tú, también es el bebé. –Se sentó a su lado y tomó su mano.

—Tengo muchas nauseas, si como algo lo voy a devolver seguramente. –observo que el moreno no estaba muy convencido por lo que intentó tranquilizarlo. –Estoy bien, estoy bien, no pasa nada si no ceno hoy. –acaricio su mejilla y le sonrió.

—Bueno, solo porque te sientes mal, sino te obligaba a comer. –se tomó un instante para mirarla, se podía perder en esos bellos ojos color verde, que ahora tenían un brillo especial, probablemente por el embarazo pensó; no se resistió y la besó. Un beso fugaz pero tierno, suave y cargado de amor; recargó su frente en la de ella, ambos con los ojos cerrados.

—Me hace tanto bien sentirte cerca de mi –confesó la pelirroja sin separarse de él. –me siento segura.

—Para mí, tú eres mi razón de vivir y de ser feliz, tú y nuestros hijos lo son. –se acercó un poco más para abrazarla con cuidado de no lastimar su herida. –sin ti mi vida no tiene ningún sentido, no tiene un rumbo fijo, ya lo comprobé y créeme que no volveré a dejar que me pase. Te amo. –besó su frente.

LM + | ONE SHOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora