Capítulo 2.

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Sentía cada nervio de mi cuerpo retorcerse por el dolor. Algo que no había experimentado jamás se estaba adueñando de mí. La desesperación. Desesperación por no poder coger aire, por no poder detener las lágrimas que caían por mis mejillas, por no poder callar los gritos de dolor que salían de mi boca, opacados por un pitido espantoso en mis oídos. Tenía la visión borrosa, no sabía si por el dolor o las lágrimas, pero podía distinguir la sombra de una sonrisa en su cara. Noté como la silueta de su cuerpo se acercaba a mí, arrodillándose para estar más cerca de mí. Me agarró el flequillo con el puño, haciendo que mi cabeza se alzara del suelo.

- ¿Quién va a venir a ayudarte? – Escuchaba todo como si estuviera bajo el agua. Opacado. – Podría romperte el otro brazo y nadie vendría. – Lancé un escupitajo con la fuerza que me quedaba, esperando darle en esa cara asquerosa. Parece que acerté, pues dejó caer mi cabeza, que impactó contra el suelo bruscamente. – Me has manchado la camisa. Voy a matarte.

Cerré los ojos, esperando un golpe, una patada, otro hueso roto. Pero no llegó. Solo escuché un grito y abrí los ojos alarmada. Pude distinguir dos cabelleras negras revolcándose por el suelo. Intenté centrar la vista, pero el dolor era demasiado intenso, sentía que mi cuerpo empezaba a volverse extrañamente ligero. Lo siguiente fue oscuridad.

Eros siempre había sido la peor clase de trastornado. Actuaba, hablaba y pensaba con una frialdad sin igual, todo lo que hacía debía tener un trasfondo que lo lucrara, des de que tengo memoria era así, y si ese no era el caso, simplemente no lo hacía. Era diferente para sus "hobbies", no es como si alguien pudiera demostrar ninguno, pero los rumores que corrían por las calles eran, si más no, perturbadores. Las historias que se contaban entre susurros hacían que te cuestionaras tu propio valor como ser humano. A los ojos de su padre no había nadie más preparado para dirigir a la familia que él, pero el viejo tenía los ojos teñidos por la sed de poder. Sabía que su hijo no era normal, igual que todos nosotros lo sabíamos, pero su actitud mecánica lo hacia el candidato perfecto para heredar un imperio frío y sin ninguna clase de valores. Ahora su mirada fría me escrutaba des de el otro lado de la mesa en la que estábamos sentados. Parecía estar intentando entrar en mi cabeza.

- Tengo entendido que no estás interesada en la universidad, Kiara. – Ese comentario hizo que despegara la mirada de Eros, dirigiéndola a Victoria, esta presidia uno de los extremos de la mesa. - ¿A qué se debe?

- Cuando acabé mis estudios decidí que, como futura líder. – Miré a Eros un segundo, inclinó la cabeza levemente. – Debía centrar mis esfuerzos en aprender cuanto pudiera sobre el negocio y cómo manejarlo.

- El interés es bueno. – Comentó el señor Black. Había aparecido por la puerta y avanzaba hacia mí. Me levanté para saludarlo, extendiendo mi mano, él la apretó con un movimiento firme. – Siento la espera. Debía atender unos asuntos urgentes.

- No hay problema. – Contestó Atlas a mi lado. – La señora Black nos ha enseñado la casa, y hemos podido ponernos al día.

- Atlas, ¿verdad? – Ella se levantó, extendiendo su mano también. – Mi hija me ha hablado bastante sobre ti. – Vi que su mirada examinaba sus brazos tatuados e hizo una mueca. – Interesante elección de tatuajes.

- Gracias. – Atlas parecía habérselo tomado como un alago. Escuché que Vera reprimía una risa. – Después de todo, que clase de artista sería si no luciera mi obra.

- Empecemos. – Carraspeó el señor Black. Me senté y dirigí hacia Atlas una mirada de orgullo. Se sentó opuesto a la señora Black y se percató del asiento vacío al lado de Vera. - ¿Dónde está?

- Estaba emborrachándose en el bar. – Dijo Eros con superioridad. Estaba fuera de lugar que yo defendiera a Orien y lo sabía, por lo que decidí mantenerme en silencio, aun así, acuchillé quince veces a Eros en mi mente. – Aunque eso no es novedad.

- KNOX -Where stories live. Discover now