Capítulo 1.

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La parte más oscura de mí siempre quiso verlo sufrir. O eso creía. Eso esperaba... Sus ojos se apagaron sin ninguna ceremonia, una risa me perforaba las entrañas, parecía tan lejana... y de golpe todo se volvió oscuro.

6 meses antes

Daba vueltas sobre la silla del despacho, o más bien la sala de reuniones, con la mirada perdida, esperando a que llegara. Llevaba aquí una eternidad. Había analizado la habitación cientos de veces, las fotografías impersonales le daban un toque tétrico, los caramelos de menta uno clásico y los bolígrafos, que había reorganizado por tamaño, uno serio. Los sillones de piel parecían gritarte lo nuevos que eran y los grandes ventanales destacaban por su limpieza.

Escuché una voz en el pasillo y mi trayectoria paró, sentándome correctamente, espalda recta y mirada al frente. Vi como se giraba el pomo y me tensé levemente. ¿Por qué quería verme mi padre?

- Por eso debemos hacerlo cuanto antes. – Hablaba por teléfono, algo habitual. Probablemente mi primer recuerdo suyo era justo así, con la mirada fría y el teléfono pegado a la oreja. – Sí. Sí, tú organízalo. – Me miró. – Sí. Ahora se lo explicaré todo. De acuerdo. – Hizo una pausa. – Tú solo hazlo. Adiós.

Mi padre, Edward Knox, era un hombre imponente; su cabello, una vez castaño, ahora estaba teñido de canas. De ojos verde oscuro, fríos como el hielo, cortaban cuando te miraban. Tenía las facciones muy marcadas, algo que solo agraviaba su permanente expresión de enfado. Era alto, quizás más que la media, y pese a la vida de excesos que había llevado, se mantenía delgado. Era el orgulloso dueño de la cadena de discotecas más exitosa de la ciudad, aunque eso no era toda la verdad, nuestra mayor fuente de ingresos había sido durante generaciones el contrabando de armas, legado que yo heredaría cuando él decidiera que estaba lista.

- Espero que esto sea importante. – Dije levantándome y estirando los brazos. – Le he prometido a Rony que estaría en el gimnasio en...

- Siéntate. – Fue una orden directa. Mi cuerpo obedeció al instante. Maldita sea. – Bien. Esto es muy importante Kiara – Daba vueltas por la sala, pensativo, buscando las palabras. – Y quiero pedirte disculpas por adelantado.

- Mira, si esto es sobre otro negocio, puedo ocuparme. – Comenté restándole importancia.

- Sí es un negocio. – Había parado de moverse. – Por eso quería decírtelo primero, antes de que lleguen. – Mi cara de confusión debió ser evidente. No entendía la relevancia, ya había estado en estas transacciones, al final quien tenía el arma más grande dominaba al resto. Hombres. – Esto no es como lo que hemos hecho hasta ahora, esto...

Tocaron a la puerta.

- Mierda. – Exclamó él mirando el reloj de su muñeca. – No hay tiempo para explicártelo. Lo siento, Kiara, pero necesito que te comportes. ¿Sí?

Asentí con la cabeza mientras él abría la puerta. Mi confusión parecía haber llegado a su máximo, hasta que empezaron a entrar. ¿Qué coño hacían los Black aquí?

Siempre había pensado que los Black eran como fotocopias. Todos ellos tenían el pelo negro, tan negro como un cuervo, algo que contrastaba con sus ojos zafiro de forma impoluta. Las facciones de la mayoría estaban muy marcadas, pero el cabeza de familia, Maxwell Black, era el peor. Las pocas veces que había compartido espacio con él habían bastado para asustarme. Mi padre era imponente, pero el líder de los Black era aterrador, tenía una cicatriz que cruzaba de su sien hasta el inicio de su mejilla derecha, se contaban mil historias sobre esta en toda la ciudad.

Los Black eran conocidos por su vínculo con los vicios de la ciudad. Eran dueños de casinos y cabarés, des de los más repugnantes en la zona baja de la ciudad, hasta los más exclusivos. Toda la lujuria les pertenecía. Todo este negocio, al igual que el nuestro, era una simple tapadera para encubrir su verdadera fuente de ingresos, el contrabando de drogas.

- KNOX -Where stories live. Discover now