Capítulo 2. Odio a los chicos

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Por lo menos, nuestra nueva casa es decente. Tiene dos pisos y, aunque está alejada del centro, nos permitirá a Juancho y a mí tener dos habitaciones separadas.

Por supuesto, mi querido y dulce hermano mayor ya se ha hecho con el cuarto más grande, así que por descarte a mí me ha tocado quedarme en el pequeño frente al baño. Eso es positivo, me digo mientras desempaco mi maleta, por lo menos no tendré que caminar demasiado para ir a orinar de noche.

Saco mis preciadas novelas de una caja y las coloco por color sobre una estantería, y luego procedo cambiando las sábanas de la cama y tendiéndome sobre ellas para probar el colchón.

Reviso mi móvil sin muchas expectativas. Sé que no me va a escribir nadie, porque a nadie en mi vieja escuela le interesa que la chica latina de turno se haya mudado a un nuevo estado. Odio a mis compañeros, pero al mismo tiempo, los comprendo.

Yo tampoco quisiera ser mi amiga, y de hecho, no lo soy.

Estoy mirando vidas perfectas de gente perfecta en Instagram cuando oigo como algo duro golpea el vidrio de mi ventana. Algo molesta, me acerco a ella y miro afuera, donde se extiende un pequeño pasto verde y una avenida llena de árboles y casas iguales que la mía.

En principio no veo a nadie, así que pierdo interés por el asunto, pero apenas me doy la vuelta, oigo otro golpecito contra la ventana.

-¡Para ya, o te voy a partir la madre!- grito a la nada una vez abierta la ventana.

Oigo risas y giro mi cabeza hacia la izquierda, donde un grupito de tres morros más o menos de mi edad se burlan medio escondidos tras un árbol. Uno de ellos tiene piedras en las manos, y supongo que son las mismas con las que ha casi roto mi ventana. Ver su cara de burla confirma mi odio por los chicos.

Echa una furia, cojo un lápiz de mi escritorio y lo lanzo con toda mi fuerza en su dirección. Desafortunadamente, fallo, y el lápiz no roza los morros ni de lejos, pero el gesto es suficiente como para ahuyentarlos.

Los chavos me gritan "zorra" y "frijolera" mientras pasan por enfrente de mi casa, y yo siento como la sangre me bombea por toda la cara y me pongo roja.

Cómo se atreven, pienso, apretando los puños y la mandíbula.

Los sigo con los ojos llenos de odio hasta el final de la calle, y cuando están apunto de desaparecer tras una villa, el más alto se gira y me guiña el ojo.

Yo, parada frente a mi ventana, bajo hasta el suelo en cero coma cero segundos, e intento esconderme lo más posible detrás de mi escritorio. Siento que el color rojo de mi cara se intensifica aún más, y una mezcla de vergüenza y rabia me explotan en el pecho.

Cómo se atreve, pienso de nuevo, pero está vez en singular.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now