Capítulo 31

1 0 0
                                    

MACA

Antonio Rosas no había venido a excavar a La Gran Dolina durante la última semana. Me sentía muy sola, desamparada. Le echaba mucho de menos. En realidad, él era mi único amigo en Atapuerca. Con Julia, no contaba, era un enigma flotando en el yacimiento, hermética, cerrada, oscura. Me atraía y, a la vez, me daba miedo. Yo era la polilla que se acerca demasiado a las llamas y sabía que podía quemarme. Aún así no podía evitar acercarme. 

Con Antonio era distinto. Me sentía culpable por haberle presionado de esa manera, me sentía mal por haberle arrebatado su cuaderno, que era suyo, me sentía horrible por haber violentado su secreto. 

Me dibujaba como si estuviera enamorado de mí y ¿qué? No tenía ningna importancia. Sólo quería que siguiéramos siendo amigos. Le iría a ver y le diría que no había pasado nada, que seguíamos como antes, que no dejara de venir a excavar por mí, que yo valía bien poco. 

Reproducía mi conversación frutura con él en mi cerebro, y aliviaba mi culpa al intentar convencerlo de que reanudara su vida normal e hiciéramos como si no hubiera pasado nada porque, en realidad, no había pasado nada.  

Esa mañana limpia, de cielo azul diáfano sin rastro de nubes esperé en las escaleras del Gil de Siloé, donde se arracimaban estudiantes y profesores que creaban una secuencia bullanguera de la serie "Al salir de clase" pero no subí a la ruta ni ocupé mi sitio habitual, en la última ventanilla, al fondo de autobús. 

Con extremado disimulo, volví a entrar en el albergue. El portero vestido con un mono azul y con cara suspicaz me miró ojiplático y cotilla. Pero yo lo ignoré.   

LA SIMA DE LA MEMORIAWhere stories live. Discover now