Capítulo 4

101 11 1
                                    

Los recuerdos de su primer encuentro siempre estarían enlazados a la violencia, el terror y el leve olor de las campanillas de invierno.

Aquel doctor que lo rescató de las frías aguas del río le había propuesto un interesante acuerdo: sería su testigo cuando acabara con el actual líder de la Port Mafia y, a cambio, aquel matasanos lo ayudaría a terminar con su vida indoloramente. Por ello, ahora se hallaba caminando junto a él por los gélidos pasillos de la Casa Principal de la sangrienta organización. Todo con el fin de acostumbrar a la gente a su alrededor de que el pequeño castaño entrara y saliera de ahí junto al nuevo doctor de su jefe.

Sin embargo, contrario a lo que esperaba del decadente y decrépito líder del que tanto escuchó, contempló apenas abrieron la puerta del dormitorio al anciano azotando cual bestia de carga a una niña de cabellos claros. La pequeña se mantenía de espaldas y con la cabeza abajo, recibiendo sin oposición el golpe del látigo.

-¡¿Cuántas veces te he dicho que obedezcas cuando te ordeno venir, Tsubaki?! -vociferaba iracundo el viejo líder aún con su pijama puesta-. Es de mala educación ignorar las llamadas de tu padre.

-¡Joven ama! -exclamó alarmado el mayordomo que los había escoltado.

Automáticamente, tanto el sirviente como el doctor corrieron a neutralizar al enajenado hombre y regresarlo a su cama.

-Dazai, llévate a la señorita Ren de aquí -dijo el señor Mori, mientras trataba de inyectarle un sedante a su paciente.

El aludido hizo caso de la petición de mayor, acercándose a la chiquilla que aún mantenía una postura sumisa, apretando con fuerza sus brazos cruzados. Podía notar pequeñas manchas rojas que poco a poco se expandían en el blanco lienzo de la blusa, contrastando con el tenue aroma semejante a miel que emanaba de la menor.

-Sígueme -tomó su mano para llevarla consigo, evitando algún movimiento brusco que pueda despertarle mayor dolor.

Al propio ritmo de la niña, lograron dejar atrás los desvaríos del viejo hombre para internarse en la quietud de los pasillos. No demoraron en cruzar camino con el ama de llaves, quien con premura los condujo al dormitorio de su señorita para tratar con las heridas que había sufrido esta. Con una habilidad poco habitual, asistió a la nieta de su jefe detrás del biombo usando el algodón y las gasas a punto de acabarse y el alcohol guardados en un cajón con cerradura. Solo abandonó el lado de su señorita cuando el mayordomo pidió su presencia para con el amo del lugar.

-No demoraré en volver -había sido su petición, dado que aún faltaba hacerse cargo de la estropeada blusa.

Una vez que la puerta se cerró, el silencio llenó cada rincón del lugar sin que ninguno se animara a romperlo. La menor aprovechó la falta de voluntad de su acompañante para acomodar su ropa frente al espejo. Observó las vendas nuevas que cubrían su espalda, pues los golpes que recibió habían abierto las heridas que cicatrizaron recientemente. Dolía como el infierno, pero solo respiró profundamente, tratando de calmar su dolor de cabeza.

-Todavía me cuesta creer que eres una parte esencial del plan para destronar al rey Hamlet -mencionó Dazai, quien se había mantenido entretenido revisando los títulos que contenía el gran estante de aquella habitación.

-¿Qué quieres decir con eso? -oír su voz dulce como el aroma de aquellas paredes solo confirmaba sus sospechas, por lo que no se molestó en apartar su atención del libro que sostenía.

-Se supone que fuiste nombrada como la heredera de esta infame organización -dijo indiferente, como si no fuera consciente de con quién y en dónde estaba-, pero solo veo a una niña sumisa ante los abusos físicos de un viejo decrépito. Cualquiera pensaría que solo contactaste con el señor Mori en búsqueda de alguien que sí se atreva a hacer lo que tú no.

Juicio del alma: Flor del infierno (Bungō Stray Dogs)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن