Prólogo

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Durante la vida de cada ser humano, las decisiones son algo rutinario y a la vez trascendental. Solo es cuestión de pensar en la infinidad de veces que en la historia alguien ha utilizado la palabra "hubiera". Si hubiera hecho esto, si hubiera hecho lo otro...

—¡Dispara, maldita sea!

—No puedo... No quiero hacerlo... —las lágrimas bañaban su rostro, mientras el arma entre sus pequeñas manos temblaba por su usuaria. El hombre enmarrocado y postrado frente a ella exclamaba perdón por su vida bajo la suela del jefe del lugar. Los demás presentes, peones de la organización, se mantenían al margen de la situación que se desarrollaba, quizá sintiendo lástima por la vida que a la niña le tocó vivir.

Algunas de estas decisiones podemos tomarlas con calma. Quizá en elegir la prenda que vestirán ese día o si aceptar la invitación para una fiesta. Otras requieren mayor análisis por las consecuencias que traería cada una. Tal vez sea si faltar al trabajo o a la escuela ese día y fingir que es por enfermedad, corriendo el riesgo que puedan descubrirte o que ese mismo día algo de vital importancia ocurriera.

—Una vez que el perro muerde la mano de quien le da de comer, lo seguirá haciendo hasta que su apetito lo lleve a devorar a su amo —puso más presión sobre su zapato bien lustrado, sacando quejidos del hombre malherido que tenía bajo su pie. Luego, colocó su mano sobre el arma que sostenía la chiquilla, acercándola más a la cabeza del condenado—. Solo lo repetiré una vez más. ¡Dispara!

Sin embargo, hay situaciones que llevan al límite al ser humano y lo obligan a tomar decisiones que marcarán el resto de sus días. Como resultado, algunas de ellas desencadenan en abrir una caja de Pandora que nunca debió ser abierta, liberando un futuro lleno de desgracia y sufrimiento.

Un excelente ejemplo es esta situación. La explosión de la pistola resonó en la vieja sala de torturas. Una nueva mancha se creó en el piso donde debía estar una cabeza y salpicó también en la ejecutora de tan terrible asesinato.

El hombre mayor, que anteriormente pisoteaba al condenado y había sido manchado por el disparo en la cabeza, vio satisfecho el trabajo de la chiquilla, esbozando una aterradora sonrisa que se expandía de oreja a oreja. Con una de sus manos palmeó el hombro de la nueva asesina y despeinó sus cortos cabellos lavanda.

—¡Bien hecho! Sabía que podías hacerlo —el rostro de la menor estaba pasmado, estupefacto ante lo que acababa de ocurrir. Bajó por un segundo la mirada hacia sus manos completamente rojas por la sangre ajena e inmediatamente soltó el arma, empezando a alejarse del cuerpo.

—¡Lo maté! ¡Lo maté! —repetía como un rezo, llevándose las manos a su cara e hiperventilando por lo sucedido.

—Graba en tu mente lo que debes hacer con los traidores. Solo así obtendrás el respeto de tus subordinados —con total naturalidad, hizo un ademán hacia sus hombres presentes para que se encargaran del cadáver y se acercó a la niña—. Para los habitantes de la noche, el miedo es el único medio para obtener la obediencia absoluta, ¿entendiste?

Mas cuando ella levantó la cabeza, los ojos que lo observaron no eran de aquella niña ni de ningún ser humano que haya conocido dentro o fuera del bajo mundo. Era algo completamente diferente, algo macabramente desconocido, como el de un monstruo que acababa de ser liberado.

Con una fuerza sobrehumana, lo tomó de su corbata y lo obligó a agacharse para quedar a la misma altura. La atmósfera se volvió más fría a pesar de estar en pleno verano y la voz gutural que de la niña salió estremeció hasta al sanguinario jefe.

—Sucio mortal, gracias por liberarme de la caja de Pandora —luego, lo que sea que estuviera ocupando el cuerpo de aquella niña, se acercó a su oreja para susurrar—. Déjame devolverte el favor. Habilidad: La danza de la muerte.

Y un beso en la mejilla fue lo último que hizo el misterioso ente. A continuación, la niña cayó inconsciente al suelo y solo fue la mano derecha del jefe quien se acercó a verificar si ella estaba bien.

—Aún respira, jefe. Parece que lo que sea que la poseyó, ya abandonó su cuerpo —aseguró el hombre, acomodándose el monóculo que llevaba puesto. Sin embargo, se preocupó por la demora en la respuesta de su señor— ¿Jefe?

—Llévala a la casa principal. Los demás, encárguense del cuerpo de Miyamoto —ordenó, generando cierta duda en su sirviente más antiguo.

¡Qué triste es tu destino, Pandora! Que en una mano llevas la espada de la venganza, pero ignorante eres a la esperanza que descansa sobre la otra.

¡Qué triste es tu destino, Pandora! Que en una mano llevas la espada de la venganza, pero ignorante eres a la esperanza que descansa sobre la otra

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Juicio del alma: Flor del infierno (Bungō Stray Dogs)Where stories live. Discover now