Cenar juntos en Nochebuena (Neighbours AU)

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—No te entiendo, Astrid, de verdad.

Astrid levantó la mirada de su ordenador y contempló a su compañera de piso, quien a su vez la consideraba su mejor amiga. Rachel Thorston —o Brusca, como Astrid solía llamarla cariñosamente por su imbatible sinceridad— se había pasado la mañana jugando al Candy Crush en el teléfono y en Twitter en lugar de hacer algo productivo. Astrid le había dicho que no era necesario que la acompañara al Starbucks, sobre todo porque, por mucho que quisiera a Brusca, sabía que su mejor amiga la acompañaba por el simple hecho de molestarla y reírse de ella.

—¿Qué no entiendes? —preguntó Astrid con desgana a la vez que se colocaba en su sitio las gafas que habían resbalado por su nariz.

—Tú odias el Starbucks —dijo su amiga—. En plan, a muerte.

—Eso no es verdad —señaló Astrid corrigiendo un par de erratas que había avistado en su informe—. Mi cafetería favorita ha cerrado por vacaciones de Navidad, así que en algún momento tengo que tomar mi café mañanero.

—¿Tu cafetería favorita lleva cerrada por Navidad desde octubre? —cuestionó Brusca con sospecha.

—Han estado de obras —respondió Astrid mordazmente.

—Ya, y yo soy la reina de Inglaterra —clamó Brusca—. Esto es por el Profe Macizo, ¿a que sí?

Astrid deseó con todas sus fuerzas que le tragara la tierra.

—No —respondió intentando que su voz sonara firme y segura—. Además, aquí sirven cafés con sabor a Navidad, ¿vale?

—Mira, Astrid, todas sabemos que eres una friki de la Navidad y toda esa mierda, pero tú eres la primera en clamar lo mucho que odias el Starbucks y cómo su café seguramente cuente con propiedades cancerígenas —argumentó Brusca—. Dudo muchísimo que tú, quien probablemente tenga café por sangre en las venas, sacrifiqué su obsesión por el café de especialidad por el aguachirri que sirven aquí si no hay buena razón detrás y, visto lo visto, pongo mis dos manos en el fuego a que se debe al Profe Macizo.

Astrid gruñó, decidida a no admitir las suposiciones de su mejor amiga. Vale, sí, llevaba un tiempo yendo al Starbucks porque el Profe Macizo acostumbraba a desayunar allí todos los días. En verdad, el Profe Macizo se llamaba Henry Haddock —o Hipo, un apodo con el que le llamaban los baristas cada vez que le preparaban el café— y todo lo que sabía de él era que era profesor de algo de Ingeniera en Harvard. Es más, sabía que era doctor, porque alguna vez se había acercado algún alumno llamándole «Doctor Haddock», pero no sabía nada más de él salvo que era guapísimo, estaba para untarlo en pan y que le gustaba el americano cargado y los muffins de arándanos. Por lo general, pasaba media hora o cuarenta y cinco minutos en la cafetería, sentado en una mesa apartada del local —Astrid procuraba siempre ubicarse cerca— y desayunaba tranquilo o bien revisando algunos documentos en su portátil o estaba inmerso en su teléfono.

Astrid nunca había entablado conversación con él, por cruzar ni siquiera se habían cruzado las miradas, pero cada vez que le veía entrar en el Starbucks su corazón daba un vuelco y las mariposas se ponían a bailar claqué en su estómago. Resultaba horrible. Nunca se había tragado esas trolas de los flechazos, pero se sentía como una verdadera adolescente cada vez que le veía.

—Tía, deberías entrarle como a un tío cualquiera —insistió Brusca—. No sé, si te quitaras esas gafas pasadas de moda, te soltaras esa melenaza que tienes y vistieras con algo que no fuera con ropa de deporte, quizás se fijaría en ti.

—Cállate, Brusca —le pidió Astrid con impaciencia.

—Quiero decir, tienes un buen par de tetas y eres guapísima, ¿seguro que no es gay?

Tiempos de NavidadWhere stories live. Discover now