Escuchar villancicos (Vampire & Werewolf AU)

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Hipo llegaba tarde.

Otra vez.

Astrid miró de nuevo a su teléfono esperando un mensaje que sabía que Hipo nunca le mandaría. Él no era de los que envíaban sms o whatsapps, sobre todo porque seguía muy apegado a un Nokia 3100 que llevaba con él desde hacía demasiados años, pero aparentemente era el único teléfono capaz de aguantar su ritmo de vida.

Balanceó su vaso de bourbon mientras apoyaba su barbilla sobre su otra mano. Aunque con el paso de los años había aprendido a ser más paciente, Astrid odiaba que la hicieran esperar, más si se trataba de Hipo, quien a veces parecía que llegaba tarde con el simple hecho de fastidiarla.

¡Estúpido Hipo!

Astrid no era ese tipo de mujeres que se quedaban esperando a nadie. Sin embargo, Hipo llevaba veinte minutos de retraso y ella seguía sin moverse de su asiento. Él solía ser siempre la excepción que contradecía la regla, pues por mucho que se dijera a sí misma que esa vez no iba a esperarle, al final siempre se quedaba. Después de todo, si algo le sobraba a Astrid Hofferson era tiempo.

—¿Qué hace una chica tan guapa bebiendo sola en un lugar como este?

Ugh.

Astrid odiaba a los babosos que se acercaban cada vez que estaba sola en un bar y eso que esta vez se trataba del Plaza. Ese año, Hipo le había pedido verse en Nueva York, cosa que a Astrid no le había gustado dado que detestaba Estados Unidos con todo su ser, pero ella había escogido su punto de encuentro los últimos diez años, por lo que no se atrevió a quejarse. ¿Cuándo había sido la última vez que había pisado Norte América? Estaba segura de que George Bush padre había sido presidente por aquel entonces.

—¿Te ha comido la lengua el gato, guapa?

Astrid estudió al hombre con desgana. Llevaba un traje caro, aunque no de los que llevaban los tipos de Wall Street. Olía a alcohol mediocre y perfume masculino, aunque ambos aromas no podían ocultar la peste a cocaína que nadaba en su sangre. Tuvo que esforzarse en contener una arcada, odiaba el olor a droga en la sangre, ¡vaya forma más estúpida de estropear un alimento! Ni en sus años más activos habría perdido el tiempo con un tipo como ese, así que volvió a centrarse en su bourbon.

—¡Oye! ¿Me estás ignorando? —reclamó el hombre indignado.

Astrid ya había predecido que el hombre iba a tocarla cuando escuchó otra voz intervenir:

—¡Ey, amigo! No te conviene molestar a la señorita, no quieres verla enfadada, creeme.

La mujer puso los ojos en blanco, pero sonrió antes de girarse hacia él. Hipo había sujetado al hombre del hombro con quizás demasiada fuerza por la mueca de dolor en su rostro y le estaba empujando suavemente a un lado con una expresión divertida. Astrid sabía que a Hipo le gustaba tomarse las cosas con humor y sarcasmo, según él eran buenos mecanismos para controlar su ira, algo muy típico entre los de su especie.

—Pero...

—No tienes ninguna posibilidad, la señorita ya tiene acompañante —insistió Hipo sin perder la sonrisa.

El hombre habría replicado de no ser porque Hipo, pese a su aspecto desgarbado y poco elegante, le sacaba una cabeza. Los humanos tenían un instinto para detectar el peligro y Astrid estaba contenta de que aquel tipo fuera lo bastante listo como para darse cuenta de que Hipo no era alguien al que debía provocar. Hipo esperó a que el hombre saliera del bar antes de sentarse junto a ella y pidió al camarero que le pusiera un agua con gas.

—Si piensas que tu numerito va hacerme olvidar que llegas tarde, vas listo —le advirtió ella.

—No esperaba que lo hicieras —se defendió él—, al menos esta vez no he llegado tan tarde.

Tiempos de NavidadWhere stories live. Discover now