—¿Estás pensando en Luka? —inquirió Anarka dejando de tocar.

—Sí y no —contestó encogiéndose de hombros—. En él y en Marinette.

—Explícamelo, cariño.

—Mamá, sabes que ya no están juntos, ¿verdad? —Juleka suspiró y Anarka asintió—. No sé qué hacer...

—No tienes que hacer nada.

Sacudió la cabeza con suavidad. No le había entendido porque no había sido lo suficientemente clara.

—Ya lo sé. No me refiero a meterme en medio para volver a juntarlos —replicó, aunque quisiera tampoco sabría por dónde empezar—. Por un lado, quiero ayudarla, porque está fatal, Jagged me ha dicho que parece un alma en pena. Es mi amiga, me ayudó mucho con... mi desastre de seguridad en mí misma. No es justo que le dé la espalda. Pero siento que traiciono a Luka si corro a su lado para animarla. Luka es mi hermano y...

—Juleka —la interrumpió y sujetó sus manos que habían estado tironeando de sus pantalones en aquel gesto que trataba de mantener a raya su ansiedad—. Luka se parece mucho a su padre. —Hizo una pausa y suspiró. Juleka se daba cuenta de que le costaba hablar de Jagged manteniendo la compostura que por eso mismo, a veces, estallaba en gritos, porque Anarka era algo insegura, aunque no tanto como ella, y porque se sentía culpable por haberles mentido a padre e hijo—. Si te da miedo que se enfade o moleste por estar ahí para tu amiga, olvídalo, no lo hará.

»Da igual lo que haya pasado, Marinette siempre será importante para él. Querrá que esté bien y espera que nadie cambie su modo de tratarla por él. Así que ayuda a tu amiga, te necesita. Y no te sientas culpable.

—¿Quieres decir que sigues siendo importante para Jagged? —preguntó con curiosidad sincera.

—Esto iba de tu amiga y de ti, no cambies de tema.

—Mamá, ya no soy una niña, puedes hablar de esto conmigo, no te voy a juzgar.

A veces Juleka se preguntaba si se habría sincerado con alguien, tal vez con AURORA, aunque lo dudaba teniendo en cuenta sus discusiones.

—Ya lo sé, cariño. Es cosa del pasado, déjalo como está.

No le parecía justo, pero tampoco podía hacer más.

—Vale. Voy a ver qué puedo hacer.

Juleka regresó a cubierta con el móvil en la mano, buscó el contacto de Marinette y se detuvo. Si la llamaba le saldría con alguna excusa para no verla, tampoco podía culparla, no había sido muy justa con ella. No, llamarla sería una idea pésima. Buscó el teléfono de la panadería y marcó esperando tener suerte y que le contestara alguien.

—Confiterie Dupain-Cheng.

—Se-señora Cheng —musitó algo insegura—. Soy Juleka, ¿Marinette está en casa?

—Hola, Juleka. Sí está en su cuarto, ¿quieres que le avise?

—Oh, no, no —contestó cruzando la pasarela—. La he llamado al móvil, pero no debe de haberlo oído. Quería pasar por allí para ver cómo se encuentra, ¿le parece bien?

—Por supuesto que sí, le hará muy feliz la visita.

—Gracias, en seguida estaré ahí.

La casa de Marinette no estaba lejos, sabía que si sacaba la bici de Luka tardaría apenas un suspiro en llegar, sin embargo, prefirió ir a pie. Caminó tan rápido como pudo, cambió de acera al ver de lejos a Kim para evitar enredarse en alguna conversación absurda y se detuvo un par de minutos en el parque para recuperar el aliento antes de entrar. Empujó con decisión la puerta del local, saludó a los padres de Marinette y cruzó la puerta que conectaba la panadería con el edificio en el que vivían. Subió las escaleras, atravesó la vivienda, se plantó frente a la escalerilla de metal con la inseguridad chillándole al oído que no la dejaría entrar porque no merecía otra cosa, inspiró hondo acallando la voz, subió y llamó a la trampilla.

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