EL SÓTANO (1/2)

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PRIMERA PARTE

El pequeño Matías, de once años, contemplaba el espacio exterior a través de la ventana gracias a su telescopio gigante. Los Reyes Magos se lo habían obsequiado el año anterior por petición expresa. «¡Qué niño tan rarito pero aplicado nos ha tocado!», pensaban sus padres. Aparentaba ser una noche normal, pero Matías se encontraba intranquilo. Mucho. Era un portento de criatura —de las ciencias en general y de las matemáticas en particular— y, de algún modo, había desarrollado la habilidad para anticiparse a los sucesos meteorológicos gracias a su propio método de análisis del cosmos —pues eso...¡rarito!. Además de clases extraescolares de ajedrez, el pequeño estaba inscrito en el club de astronomía desde hacía varios años. Allí había aprendido casi todo cuanto sabía sobre el universo. El resto era de su cosecha.

El niño aumentó el zoom de su cachivache y percibió cómo el área oscura que tenía centrada en su telescopio ahora destellaba levemente. Estaba repleta de corpúsculos estelares pequeños y blanquecinos. Sin embargo, lo más sorprendente aún estaba por llegar. En mitad de los billones de estrellas danzarinas, una en particular lucía de forma diferente, con una tonalidad amarillenta casi fluorescente, y su luminosidad iba pasando de un tono tenue a uno cada vez más brillante. Matías estaba exaltado por ser testigo de tan bello espectáculo, pero tras aplicar una serie de cálculos aritméticos, concluyó que la solitaria niebla que cubría la sierra norte de Madrid no era casual y que algo relevante estaba a punto de tener lugar aquella noche. Tal cual.

Cuando reparó en que el tamaño de la estrella luminiscente crecía a un ritmo vertiginoso, se estremeció. Solo significaba una cosa: que se acercaba a la Tierra a toda velocidad. Matías recentró el objetivo de su telescopio y su labio inferior comenzó a temblar como cada vez que se ponía nervioso, porque la gigantesca bola de fuego se dirigía a toda velocidad hacia su casa en plena noche y sin avisar. Sería difícil conseguir que sus padres hicieran atisbo de asomarse siquiera a través de la ventana. Para su padre la astronomía era una memez, al igual que todo lo que no coincidiera con sus gustos y criterio, y para su madre... Su madre andaba siempre ocupada —o se lo hacía— sin prestarle excesiva atención, porque no sabía retar al cerebro de su niño y era más fácil ignorarlo. Lo único que conseguiría sería una buena reprimenda por molestarlos a las tantas de la madrugada por un supuesto meteorito.

Intranquilo, Matías volvió a observar a través del telescopio y, misteriosamente, la bola de fuego ya no estaba en su campo de visión. Con desazón, movió el objetivo de lado a lado y de arriba abajo en un combo asombroso de velocísimos y audaces movimientos dignos del mejor jugador de videojuegos. Ni rastro de ella. ¿Adónde demonios había ido a parar su incandescente meteoro particular?

Mientras tanto, otro tipo de luz captó su atención. Provenía de la casa de su vecina. Aunque su objetivo era atinar con el paradero del meteorito, no pudo evitar recordar ciertas escenas que lo habían marcado para siempre. En absoluto deseaba ser testigo de las terribles peleas que en casa de Lucía solían tener lugar.

«No, no...», rogaba en voz alta. «Déjala tranquila, por favor», suplicaba el pequeño, como si el monstruo del novio de Lucía fuera a oírlo —y a hacerle caso después— en algún momento. El pequeño había observado decenas de trifulcas a través de sus prismáticos y las estadísticas siempre jugaban en contra de su vecina. Lucía nunca portaría el boleto ganador.

Desde su ventana, se sentía como James Stewart en La ventana indiscreta, un film muy chapado a la antigua para un niño —aunque Matías no era cualquier niño—, pero con una historia interesante sobre un hombre testigo del asesinato de su vecina desde el ventanal de su propia casa. Sus padres le permitían ver ciertas películas de adultos siempre y cuando no contuvieran escenas de sexo. A Matías, desbordado por su fantasía e imaginación, le gustaba pensar que aquellas historias le enviaban señales para inspirarle en algún suceso vital. Y La venta- na indiscreta era un claro signo de que debía velar por la vida de su vecina.

EL SÓTANO (relato de la antología PÚRPURA. OCHO MUJERES. OCHO HISTORIAS)Where stories live. Discover now