Capítulo 1

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24/10/2011.



Era lunes, y odio los lunes.

Quizá algo menos que los domingos por la tarde, cuando recuerdas que debes prepararte la comida del día siguiente para llevártela en el tupper al trabajo. Es el peor momento del fin de semana aunque, como aquel, no hubiese hecho gran cosa.

Llovió desde que salí de la oficina el viernes pasado al mediodía, y con ese tiempo da asco salir a cualquier parte, lo justo para compra el pan o alguna cosa necesaria. Por tanto, mi plan estrella de película, manta y palomitas, era perfecto.

Con un fin de semana tan relajado, es normal que cuando sonó el despertador a las seis de la mañana me diesen ganas de tirarlo por la ventana; luego, recuerdo que es mi móvil y me lo pienso.

Admito que soy de ese tipo de personas que no puede vivir sin estar conectada. Creo que WhatsApp es lo mejor que han podido inventar después del ya obsoleto Messenger, y hasta tiene emoticonos.

Mientras mi Cola-Cao daba vueltas en el microondas durante minuto y medio, ni uno más ni uno menos, le di un repaso a mis redes sociales.

Por último, Tuenti, donde no había nada interesante, salvo las fotos que algunas de mis amigas habían colgado de la fiesta del sábado por la noche a la que no fui.

Lo cierto es que me invitaron, pero me daba pereza salir con la que estaba cayendo, porque para pillarme un gripazo de esos que te dejan medio muerta y estar tres días de baja, me quedo en mi casa.

Parece que no, pero cuando se tiene la obligación y a la vez la responsabilidad de trabajar, el cuerpo te pide descansar más y te lo piensas dos veces. Que me llamen rara, pero me gusta trabajar, y me considero afortunada por tener un puesto de trabajo con contrato indefinido, tal y como están las cosas. Además, tuve bastante suerte.

Terminé el Bachillerato con una media de siete y un año de retraso al repetir segundo curso con tres asignaturas, por gilipollas. Eso lo pienso ahora, después de haberme sacado un Ciclo Formativo de Grado Superior en Administración y Finanzas, también con media de siete, y comprobar que ni la Economía, ni las Matemáticas, dos de las tres asignaturas con las que repetí, se me daban tan mal.

Acabe las prácticas de la FP y me metí de cabeza a un curso de Inglés Nivel Comercial por el INEM. Siempre me han gustado los idiomas y no se me dan demasiado mal. En el instituto tuve notas muy altas y me apetecía reforzarlo porque considero que el dominio de los idiomas es muy importante, al menos para entender y que te entiendan. Pero el curso me duró poco.

La tutora del módulo me llamó para darme las señas de una empresa que tenía prácticas concertadas con el instituto, y que fuese a una entrevista. Me presenté y me cogieron.

Al día siguiente ya estaba sentada frente a un ordenador y con un pinganillo en la oreja, aguantando las broncas de las personas que llamaban. Al principio me llevaba muchos disgustos, porque la gente es muy cabezona y siempre quiere tener razón, pero ahora me lo tomo de otra manera y me echo unas risas.

Me gusta mi trabajo, atendiendo reclamaciones por las mañanas y llevo la contabilidad por las tardes.

Si las cuentas no cuadran, lejos de desesperarme, conecto los auriculares al móvil, respiro y me concentro mientras suena vete a saber qué. Desde la banda sonora de alguna película, a música ambiental con cataratas y pajaritos o heavy metal. Menos mal que, de momento, a ninguno de mis jefes le ha dado por acercarse por la espalda y pegar la oreja, porque sino el susto iba a ser tremendo.

¿Dónde estás? (Secuestro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora