Se me cayó el móvil de las manos cuando comenzaron a temblar, nerviosas. No podía ser verdad... Esas cosas solo pasan en las películas de los domingos por la tarde... Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo. Volví a coger el móvil mientras intentaba ver la pantalla, luchando contra mis propias lágrimas.

«Escribiendo...»

Esperaba un comentario gracioso por aquella broma macabra, del tipo: "¡Te lo has creído!" o algo así; pero nada más lejos de la realidad, lo que recibí fue aún menos gracioso que las propias imágenes.

«Si llamas a la poli, te kedas sin xiko. »

La pantalla se apagó y el móvil comenzó a vibrar de forma insistente. Llamada entrante de mi madre, pero pensé que podría no ser ella y se me hizo un nudo en la garganta. ¿Y si le había pasado algo a ella también?

Estaba muy asustada pero descolgué antes de que la llamada finalizase:

—¿Mamá...? —pregunté con la voz entrecortada.

—¡Sonia, cariño! —exclamó— ¿Cómo estás?

—Yo bien, ¿y tú...?

Me costaba mucho mantener el tono de voz mientras el nudo de mi garganta creía cada vez más.

—Escúchame —dijo—. La Policía está aquí. Han venido a recoger algunas de tus cosas.

—¡Pero qué está pasando!

—No te pongas nerviosa. Llamo para decirte que estés tranquila y que no sé cuándo podremos volver a hablar.

—¡Por qué! ¿Adónde te llevan?

—Cariño, sé fuerte y sé lista. Obedece a todo lo que te digan, ¿de acuerdo? —me advirtió.

—Vale. Lo haré. —responder, sin saber a lo que se refería.

—Te quiero mucho, hija.

—Y yo a ti...

Colgó.

Me quedé sentada, mirando su foto de contacto en la pantalla tras finalizar la llamada. Respiré hondo y solté el aire lentamente por la boca, muy despacio, durante un par de veces hasta que me recompuse y me levanté con las piernas temblorosas.

Regresé a mi puesto de trabajo con el resto de mis compañeras. Todas estaban al teléfono, por lo que ninguna se dio cuenta de mi estado. Al acercarme a la silla para sentarme, me zumbaron los oídos y se me tensó el cuello. Me dejé caer y cerré los ojos mientras el zumbido era cada vez más intenso. Por suerte, duró poco.

Di un trago al agua de mi botella y miré la pantalla del ordenador. Mi imagen de fondo de pantalla es una foto de mi ahijada con su hermano mayor. La niña tiene seis años y el niño doce. Sentí la inmensa necesidad de llamar a su madre, pero en ese momento me entró una llamada.

—Buenos días. Le atiende Sonia.

—Hola, Sonia. ¿Qué tal va el día? —contestó una voz distorsionada.

Miré la pantalla para visualizar el número. Anónimo. «Mierda...»

—¿Quién es? —pregunté bastante arisca.

—¿Crees que estas son formas de tratar a un cliente? —se rió— Pregúntame.

No se me ocurría qué preguntar y me quedé callada, escuchando su respiración hasta que se hizo el silencio. De repente, un disparo me dejó encogida en el asiento mientras no escuchaba nada al otro lado de la línea. Sentí que me volvía a marear.

—¿Hola...? —pregunté en un hilo de voz, cruzando los dedos para que la desagradable voz distorsionada respondiese de nuevo.

—Pregúntame.

—Pero no sé...

Me interrumpió con el sonido de un nuevo disparo. Cerré los ojos, deseando que fuera una pesadilla.

—Si no haces lo que te digo, voy a seguir disparándole hasta dejarle como un colador.

—Por favor...

—Deja las súplicas para más adelante, zorra. Eso aún no te lo he pedido —volvió a reírse— Quiero que me hagas la pregunta.

Parecía enfadado, pero también disfrutaba con mi falta de puntería con la dichosa pregunta. Tomé aire para moderar mi tono de voz y no ponerme a insultarle como una loca para que se enterase toda la empresa, que era lo que realmente me apetecía hacer, y me despidiesen. Pregunté lo que más lógico, sin rodeos:

—¿Qué quieres?

—¡Eso ya me gusta más! —volvió a reírse—. Ven a buscarle.

Respiré hondo y me armé de valor para plantear la siguiente pregunta:

—¿Dónde? —apenas tenía un hilo de voz.

—Eso ya te lo iré diciendo con más calma.

Fin de la llamada.

¿Dónde estás? (Secuestro)Where stories live. Discover now