Y mis compañeras... ¡Ellas sí que son lo mejor!

Aquella mañana hice el mismo ritual de cada día. Terminé de desayunar, me lavé, me vestí, me maquillé y me planché el pelo. No sé para qué porque, a las siete menos cuarto, aún seguía lloviendo. Pero qué vas a esperar a finales de octubre... Sin embargo, aquel año el tiempo estuvo especialmente loco. Lo mismo diluviaba, que hacía un frío terrible, que salía un sol de estos que pican y te cueces bajo el abrigo y las tres capas añadidas de ropa que llevas puestas.

A pesar de la lluvia, no hacía demasiado frío. Me puse vaqueros, una camiseta, mi chupa negra, mi pañuelo gordo de cinco vueltas y mis queridísimas zapatillas estilo Converse efecto cuero, porque con lluvia siempre toca correr. Me gusta vestir informal a pesar de ser coqueta, sin llegar a lo extremo. Sencilla. Me colgué el maxi bolso bandolera de Adidas que mi madre me regaló por mi cumpleaños, y salí pitando.

Tardo unos cuarenta y cinco minutos en llegar a la oficina, entre autobuses y transbordos en Cercanías; y aunque ya tengo el horario cogido, con lluvia va todo más lento. Llegué con algunos minutos de adelanto, ideales para subirme a pie las cuatro plantas hasta llegar a mi puesto de trabajo, con sus ciento catorce escalones.

Entre llamada y llamada, mis compañeras y yo comentamos qué tal nos ha ido el fin de semana. Coincidimos todas en el plan películas, manta y palomitas, a excepción de la compañía. La mayoría con sus hijos, la encargada con los nietos, y yo con mi madre porque Adrián, mi pareja, tuvo clases ese fin de semana.

La mañana fue pasando y sin darme cuenta llegaron mis quince minutos de descanso, sobre las once, más o menos. Fui a la sala de descanso, donde nos juntamos a comer quienes trabajamos por las tardes, me saqué el yogur de la nevera y me senté en una de las mesas a mirar el móvil.

Tenía un WhatsApp de un número que no conocía.

«Ola»

Empezamos mal. Soy una maniática de la ortografía, quizá porque siempre me ha gustado mucho leer y escribir, y me cuesta ver esas tres letras como un saludo. Pero ya se sabe que para chatear hay ciertas normas ortográficas no escritas que se pueden permitir.

Abrí el chat y vi que tampoco tenía foto de perfil:

«¿Quién eres?»

Me levanté a por un vaso de agua mientras llegaba la respuesta, que leí al sentarme:

«Tenemos a Adrián»

Insistí.

«¿¿¿Quién eres???»

No entendí a qué se refería pero empecé a preocuparme. Los fines de semana tenía un curso de Aplicaciones Informáticas y aprovechamos para hablar por teléfono por la mañana, en su tiempo de descanso, y un rato por la noche. Hablé con él antes de las doce de la madrugada del día domingo y esperaba que no le hubiese pasado nada.

«Escribiendo...»

El texto apareció varias veces en la parte superior del chat, justo debajo del número desconocido, y tardaba mucho en responder. Si era una broma, no tenía ni puñetera gracia...

Recibí una imagen que descargué, la fotografía de alguien maniatado a una silla de pies y manos, con los ojos vendados y la cabeza agachada.

«Escribiendo...»

Se me quitaron las ganas de comerme el yogur y empecé a pensar mil cosas, cada cual peor.

«Espera k así lo vas a ver mejor.».

Recibí otra imagen, vista desde más cerca. Pude distinguir que se trataba de Adrián y que alguien le agarraba del pelo para que levantase la cabeza, mientras le apuntaban con una pistola.

¿Dónde estás? (Secuestro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora