PARTE 1 (1/3) LOS CRÍMENES DE MERIDAM'S DOCK

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LOS CRÍMENES DE MERIDAM'S DOCK

"No quiero morir sin cicatrices".

Chuck Palahniuk

Sábado, 18 de febrero de 1882

«¡Todo a babor! ¿Es que no me oís? ¡A babor, maldita sea!», gritó el capitán encolerizado. Las aguas se tornaban bravas y se avecinaba una tormenta sobre el pesquero; habían partido hacía días desde Aberdeen y la semana había sido muy próspera, pero si no conseguían librarse del recio temporal, de poco les servirían las toneladas de mercancía una vez muertos.

Según las previsiones del capitán, el lunes ya habrían atracado en Meridam's Dock, el puerto con mayor actividad comercial de la ciudad de Paytown. Allí venderían toda su mercancía y tras pernoctar en la Sullivan's Dock Tavern, donde sabían a ciencia cierta que les darían bien de cenar, partirían al día siguiente rumbo a Fornecks.

Estaba anocheciendo y la niebla se apoderaba de la ciudad. En la pequeña trastienda del callejón de Road Side Strap, Constance ahogaba su respiración, cada vez más agitada. Contrajo sus robustos brazos y tiró con todas sus fuerzas hasta abrir en canal con un enorme cuchillo el cadáver que se desangraba por momentos, rodeó la mesa de un lado a otro lado, como un oso a punto de devorar su festín, alzó el brazo y dejó caer una ganzúa oxidada con un golpe firme y seco, atravesando el cuerpo para escarbar con las uñas entre sus entrañas y arrancar de cuajo un puñado de vísceras mientras que el salitre de los humores se escurría por la rejilla del suelo.

Entre sudores se remangó las viejas mangas de tergal, y comenzó a golpear con ira el amasijo de carne con los nudillos, hasta que este perdió el vigor y la dureza que habían poseído en vida. Se dirigió rápidamente hacia un extremo, y tras coger el hacha más afilada entre las que pendían del techo, lo despedazó sin apenas pestañear, dividiéndolo en partes que iba lanzando a los cubos. Tras un grito de horror y alivio a su vez, el más absoluto silencio se hizo eco entre las sangrientas paredes.

Echó un vistazo a los cuerpos de los enormes atunes que colgaban sobre fríos garfios de metal y respiró hondo; tenía que salir de allí... Se dio prisa en terminar sus quehaceres: limpió las tijeras con un paño húmedo, guardó en la cámara de refrigeración el escabechado que llevaría al día siguiente a la taberna y vació el contenido de los cubos por el desaguadero, dejando que los restos se hundieran junto con las raspas y los deshechos malolientes, para siempre en el río.

Lunes, seis días antes

Los titulares del Daily Fibber de ese día decían lo siguiente: «La oleada de misteriosas desapariciones de marineros que golpea a la ciudad de Paytown comienza a ser investigada por la policía, quien declara no contar con suficientes pistas para esclarecer el caso, por lo que solicitan la colaboración de los ciudadanos...».

Constance cerró la puerta de la trastienda y recorrió el breve trayecto hasta la taberna para hacer entrega del pesado paquete que cargaba sobre su costado. Caminaba por la lonja entre la niebla que cubría el puerto; lo hacía cabizbaja, con aire despistado, pues acostumbrada al río, tan solo levantaba la vista de sus viejas botas, acartonadas y empapadas, de vez en cuando.

Su difunto padre, Fingal Bride, un hombre trabajador y de buena reputación en Paytown, les había dejado en herencia a ella y a su hermana la pescadería de Meridam's Dock, un próspero negocio al que este había dedicado toda su vida. Constance, sin apenas desparpajo, se había visto abocada a aquel oficio insalubre y desde muy jovencita recorría cada día la lonja a horas intempestivas, regateando con los pescadores y soportando los acosos de los marineros en los callejones del puerto. Cargaba, sin ayuda alguna, la mercancía hasta la pescadería, donde la limpiaba y despedazaba para luego distribuirla entre sus clientes. Para colmo apenas dormía, y con el paso de los años, el trabajo la había convertido en una mujer robusta y ruda, de rostro curtido por la humedad de los embarcaderos, y lo que era peor: vulgar. Ahora ningún marinero se fijaba en ella, pero el negocio había rentado lo suficiente para las clases de piano de su hermana, pagar la renta mensual de la casa y lo más importante, para no morir de hambre.

LOS CRÍMENES DE MERIDAM'S DOCK (relato)Where stories live. Discover now