4. Si quieres se la puedo meter

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Si bien su entrenador no lo hizo con malas intenciones, las palabras que había soltado habían convertido la cabeza de Dev en un lío

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Si bien su entrenador no lo hizo con malas intenciones, las palabras que había soltado habían convertido la cabeza de Dev en un lío.

De repente no sentía solo la presión de llevarse un trofeo en manos y restregarlo en la atractiva cara de Sami Farhat, sino la de dejar su cuerpo y alma en el campo de juego para lucirse frente a los amigos de profesor McDonald sin humillarse en el intento y cerrarle la boca a Jeancarlos de una vez por todas.

Y para hacer eso, necesitaba alejarse.

De la multitud ruidosa, de las palabras que había soltado y las miradas de los compañeros que empezaron a tratarlo distinto desde que lo vieron besándose con otro chico en el parking de año nuevo varios meses atrás.

En la mañana había recorrido con Rosa todo el lugar a pie en busca de esquinas tranquilas en las que pudieran retirarse del gentío y si bien algunas de estas habían sido tomadas por parejitas que querían tener tiempo a solas o estudiantes que colaron licor al evento, una de ellas parecía permanecer justo como la habían dejado en la mañana.

Era el bloque gris designado como gimnasio.

Sus pasos reverberaban en el interior de la misma manera en la que lo hacía el interior del templo hindú y también le traían una paz similar.

Tal vez por sus paredes pintadas de un blanco pulcro que amortiguaban los sonidos del exterior, suelos de cemento tan pulido que lograban captar el reflejo de las cosas o el dolor a cloro y desinfectante que brotaba de los baños aledaños.

Fuese lo que fuese, relajó a Dev por unos segundos mientras se sentaba sobre lo que parecía ser la base para un ring de boxeo y acomodaba la cinta de capitán sobre su brazo.

Jeancarlos había dicho esas cosas para molestarlo, pero también sintió que tenía algo de razón entre su clara homofobia.

Su mente no estaba allí, concentrada en el campo de juego como debería estarlo en una final tan importante como esa y que también era su revancha contra el Colegio Árabe después del desastre de cinco años atrás.

—Ugh —murmuró mientras se daba palmadas en la cabeza—. No pienses en él, no pienses en él... ¡Es un pendejo! ¡Es un idiota! ¡Es...!

—¿Un tremendo imbécil?

Las manos de Dev se detuvieron en el aire cuando el sonido de esa voz llegó hasta sus oídos. Tragó saliva y empezó a preguntarse a qué Dios había enojado esa mañana para que el chico al que tanto odiaba estuviera justo a sus espaldas mientras escuchaba todo.

—¿Qué? —preguntó sin voltearse.

Los pasos del otro chico resonaban en el recinto vacío, acercándose a él.

—El del campo, se veía como un tremendo imbécil.

Dev tomó una bocanada de aire antes de echar un vistazo sobre su hombro. Sami estaba a menos de un metro de él, con los brazos cruzados sobre su pecho y la misma preocupación de minutos atrás.

Todavía te odio, SamiWhere stories live. Discover now