1. Eres uno de nosotros

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Tras un momento me arrastré y me senté a las raíces de un árbol, apretando mis puños. Furioso sería decir poco. Hervía de rabia, contra Ángel, sus amigos, su hermana, mi vida. Cerré los ojos y tomé respiraciones lentas y profundas para intentar vaciarme del enojo, de todas maneras no podía hacer nada, mi vida era un asco. Lo fue antes, lo era en ese momento y lo sería siempre.

―Hola, ¿cómo estás? ―Una voz me hizo posar la mirada en una chica sentada en el árbol frente al que yo estaba. De vez en cuando me encontraba con personas que eran demasiado buenas y que se paraban preocupado por un extraño en una situación difícil. Pero no era el caso de esta chica, estaba seguro. Me lo decían el tono despreocupado que usó, como si me hiciera plática sólo porque sí, y su gran sonrisa pegada al rostro.

Se veía una chica joven, incluso más que yo, que ya estaba fuera de lugar dentro del campus universitario por tener aproximadamente 17 años, esos eran mis cálculos. Tenía el cabello castaño claro en suaves ondas, suelto y más debajo de los hombros, una piel clara y ligeramente tostada por el sol, una linda sonrisa, rasgos suaves y redondeados y unos ojos café claro que sonreían simpáticamente. Vestía un pantalón de mezclilla azul oscuro algo ajustado, una blusa holgada, una chamarra café de piel y unas botas también cafés altas hasta la rodilla.

Me levanté sin mediar palabra. No necesitaba a otra chica loca metiéndome en problemas por encapricharse con el "chico malo". Pero no me pude ir. Parecía que estaba rodeado, de sombras. Todo a más de dos metros de donde nos encontrábamos había desaparecido, cubierto todo de oscuridad.

―¿Qué está pasando? ―Dije en un susurro ahogado, sentándome de nuevo y mirando en rededor.

―Lo siento por eso, pero tengo que hablar contigo y es difícil si no te quedas para escucharme. ―Su voz era suave y se abrazaba a sí misma, como si estuviera nerviosa.

―¿Eres tú...tú estás haciendo esto?―Señalé la nada oscura que nos rodeaba, que aunque parecía imposible allí estaba. O quizás me había, finalmente, terminado de volver loco; o estaba soñando.

―No, es mi tío.

Nos miramos por un rato en que ninguno dijo nada. La sonrisa de su boca había decaído y su semblante era serio mientras sus ojos me recorrían. Sus ojos eran inquietantemente minuciosos, como si vieran dentro de mí y no sólo a mi rostro.

―¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?― Solté bruscamente antes de que los escalofríos ante su escrutinio fueran demasiado evidentes.

―Me llamo Kira y quiero ayudarte. Tu nombre es Ezra. Yo sé quién eres.

―No sé de qué hablas. Quiero irme.

―Sé que es difícil de creer, pero en verdad quiero ayudarte. No eres como ellos, eres como nosotros.

―Una vez más, no sé de qué me hablas. ―Eso hizo que repasara mis rasgos de nuevo y parpadeara rápidamente con sorpresa.

―En verdad no sabe nada. ―Gruñí molesto.

―Ya te lo había dicho.

Se levantó obviándome y se puso a morderse el dedo índice de la mano derecha. Me miró y sus ojos parecían casi suplicantes y apenados. Me estaba pidiendo perdón. O al menos eso me pareció por un instante antes de que apartara la mirada.

―Ahora en definitiva debe venir con nosotros. ―Habló en susurros, para sí misma; pero antes de que atinara a responder hablo con una voz fuerte y clara. ―Debemos irnos tío.

Enseguida las sombras decayeron como en un mini-amanecer que se tragara los jirones de oscuridad. Y tras la barrera negra que antes estaba se encontraba un hombre vestido casi totalmente de negro, la chaqueta, los pantalones y la playera. Llevaba vendas en la mano y el rostro parcialmente cubierto con un pañuelo gris. Me puse en píe y en alerta de inmediato. Su aspecto era intimidante, con su cabello negro desordenado, su complexión musculosa y la barba, que se asomaba bajo la pañoleta, tan negra como su cabello. En definitiva no era un payaso niño rico como Ángel y sus amigos.

La senda del ave perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora