Mi madre mira a Jimin por primera vez. Él le devuelve la mirada y le dice con determinación:

—Aún quiero ser ese hombre, Jun. Y aún creo poder serlo. Y espero que algún día tú también lo pienses.

Al rato, Jimin se levanta y vuelve a preparar el desayuno en la encimera.

Yo espero y observo mientras mi madre sigue sentada a la mesa en silencio y sin moverse. ¿No es eso lo que quiere oír cualquier padre? ¿Que la única meta de la persona a la que quiere su hija es hacerla feliz? No puedo creer que las palabras de Jimin no la hayan conmovido.

Entonces dice:

—Lo estás haciendo mal.

Jimin deja de batir y se vuelve hacia mi madre.

—¿Ah, sí?

Ella se levanta y le quita el cuenco de entre las manos.

—Sí. Si lo bates mucho, las tortitas te saldrán demasiado gruesas, apelmazadas. Sólo hay que batir la masa lo justo para mezclar los ingredientes. —Le esboza una pequeña sonrisa a Jimin, pero es suficiente—. Yo te ayudo.

Él le devuelve la sonrisa muy despacio.

—Eso sería genial. Gracias.

Sí, ésta es la parte ñoña. Mi corazón se derrite un poco. Porque todas las chicas quieren que su madre vea la bondad que hay en el hombre al que aman.

Entonces entro en la cocina con despreocupación.

—Buenos días.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo te encuentras?

—Bien. Muy bien.

Me acerco a Jimin y él me besa con suavidad y me rodea los hombros con el brazo.

—¿Qué haces levantada? ¿Es que no has visto mi nota?

—Sí. Pero quería ver qué estabas haciendo. ¿Cómo va?

Me guiña el ojo.

—Poco a poco.

Nos quedamos un día más en Busan y luego cogemos un vuelo de última hora para Seúl. El sábado por la mañana volvemos juntos al apartamento.

Yo echo un vistazo por el salón mientras Jimin deja las maletas en la esquina. El apartamento está recién fregado, brilla y huele a limpiador de muebles de limón. Está exactamente igual que cuando me marché hace una semana.

Entonces Jimin se explica, como si me hubiera leído la mente.

—He hecho venir a una brigada de limpieza.

Miro por el pasillo en dirección al cuarto de baño.

—¿Y la hoguera?

Ya hablamos de la incursión de Jimin en el mundo de la piromanía. Me dijo que quemó algunas fotos, pero hay copias. No se perdió nada que no se pueda reemplazar.

Bastante poético, ¿no os parece?

Entonces le digo con aire sombrío:

—Jimin, tenemos que hablar.

Él me observa con cautela.

—No existe conversación en la historia del mundo que empezara con esa frase y acabara bien. ¿Por qué no nos sentamos?

Me siento en el sofá. Él se sienta en el sillón abatible y se vuelve hacia mí.

Voy directa al grano.

—Quiero mudarme.

Él da vueltas a mis palabras en su cabeza mientras yo me preparo para la discusión que sé que va a estallar.

𝕄𝕒́𝕤 𝔼𝕟𝕣𝕖𝕕𝕠𝕤 [ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ] ᴘᴀʀᴋ ᴊɪᴍɪɴ +18Where stories live. Discover now