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«Anormal.»

Dicen que el luto es un proceso con distintos niveles.

«Bastardo.»

Y que las rupturas se parecen mucho a la muerte. La defunción de la persona que eras y de la vida que habías planeado llevar.

«Capullo.»

El primer nivel es la sorpresa. La insensibilidad. Como uno de esos árboles del bosque —después de que lo arrase un fuego— que están chamuscados y huecos, pero que consiguen mantenerse en pie.

Como si alguien hubiera olvidado explicarles que, cuando mueres, deberías tenderte en el suelo.

«Demente.»

¿Os atrevéis a adivinar cuál es el segundo nivel?

Oh, sí, es la ira.

¿Qué has hecho por mí últimamente?; estoy mejor sin ti; tampoco me has gustado nunca... Ira.

«Escarabajo.» No, algunos son bonitos. «Energúmeno.»

Mejor.

¿Que de qué va la lista alfabética de apelativos desagradables? Es un juego que inventamos HaeRa y yo cuando estábamos en la universidad. Lo utilizábamos para descargar nuestra frustración contra los profesores que tenían un palo metido por el culo y no dejaban de darnos caña.

Os invito a participar cuando queráis: es catártico.

Y, por algún motivo, también mucho más sencillo cuando eres un estudiante.

«Fantasma.»

En fin, ¿por dónde iba? Ah, sí, la ira.

«Gilipollas.»

La rabia es buena. El fuego es combustible. Es poder. Y la rabia te mantiene en pie cuando en realidad lo único que quieres es hacerte un ovillo en el suelo como un armadillo asustado.

«Hijo de puta.»

Tengo un dato para vosotros: los hombres casados viven entre siete y diez años más que los solteros. Sin embargo, las mujeres casadas mueren unos ocho años antes que sus homólogas solteras.

¿Sorprendidos?

Yo tampoco.

«Imbécil.»

Porque los hombres son parásitos. De esos que se internan por tus genitales para poner huevos en tus riñones.

Y Park Jimin es el líder.

«Julay.»

La azafata me pregunta si quiero tomar algo.

Ya estoy en el avión. ¿Os lo había dicho?

No acepto la bebida. Quiero evitar tener que ir al servicio del avión.

Demasiados recuerdos. Recuerdos divertidos y dulces.

«Karroña.»

Veréis, a Jimin no le gusta volar. Nunca me lo ha dicho y nunca ha dejado que eso lo detenga, pero yo lo sé.

Volar significa que tienes que cederle las riendas a otra persona, desprenderte de la ilusión del control. Y todos sabemos que Jimin tiene los suficientes problemas con el control como para llenar el Gran Cañón.

Justo antes de despegar se ponía de mal humor. Tenso. Y entonces, cuando se apagaba la señal luminosa que obliga a abrocharse los cinturones, siempre sugería una excursioncita al servicio. Para aliviar parte de esa tensión.

𝕄𝕒́𝕤 𝔼𝕟𝕣𝕖𝕕𝕠𝕤 [ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ] ᴘᴀʀᴋ ᴊɪᴍɪɴ +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora