Capítulo 1: cuando las estrellas nos vigilan.

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Drew Murphy


Nuestro pequeño y desordenado hogar se encontraba en un rural pueblo de Inglaterra, Whitevillage, apodado así por las continuas nevadas que nos dejaba incomunicados por semanas. Mis padres, recién casados y con millones de problemas a sus espaldas, no dudaron ni un segundo en comprar una casa lejos de su ciudad de origen para poder empezar una vida nueva, al parecer, un tío lejano de mi madre había construido una serie de edificios en un lugar perdido del este del país y, tras enterarse de que se iban a casar, decidió rebajarles el quinto piso de uno de sus tantos departamentos.

A mi padre le pareció buena idea vender su taller de vehículos para regalarle un lugar donde vivir a su esposa y, de la noche a la mañana, todas sus maletas acabaron desperdigadas en el interior de su vieja y destartalada furgoneta. Parecía ser el inicio de una vida feliz y hermosa, no obstante, la tragedia que cambiaría la vida de los Murphy aún esperaba entre las sombras.

Como casi todo buen matrimonio, la idea de formar una familia estaba latente en los jóvenes corazones de los Murphy. Mamá se había criado en una casa donde el maltrato era el día a día y papá no estaba muy lejos de aquel historial de abusos. Ambos deseaban tener hijos, crecer y ser felices de una vez. Y, bueno, en cierta parte lo consiguieron.

Mi hermana Martha fue la primera en nacer, sin embargo, tan pronto como sus pulmones respiraron el aire de la vida, dejó de poder disfrutar del oxigeno que la rodeaba. Había nacido con una malformación y, desgraciadamente, falleció ante la mezcla de emociones que mis padres sentían en ese instante. Aquella pérdida dejó destrozados a los traumados cerebros del matrimonio, el dolor nubló sus días felices y el alcohol, aquel que siempre había acompañado a papá en mayor o menor medida, se volvió más presente en el hogar.

Un año después, mi madre volvió a quedarse embarazada y la maldición, que parecía haberla golpeado de nuevo, provocó que abortara en el cuarto mes.

Aquello la destruyó por completo, además, papá dejó de presentarse al trabajo por culpa de su adicción y las facturas los ahogaban. Mamá cayó en una depresión, nunca se levantaba de la cama y su salud mental se deterioró tanto que, al quedarse embarazada de nuevo, la psicosis de perderme la hacía vivir en un constante pánico. Por suerte, yo nací tan sano como un roble y la felicidad los hizo sonreír por unos largos meses donde solo se escuchaba las carcajadas del bebé.

Por más que lo intentó, papá no consiguió superar su adicción. Tantos años bajo la influencia del alcohol había dejado estragos en su personalidad y el cierre de su pequeña empresa de insecticida lo hundió más en las drogas. Mamá era totalmente consciente de ello, sin embargo, solo tenía ojos para mí, sus telenovelas y la creciente depresión que volvía a atacarla en la oscuridad. Las peleas, durante cuatro largos y tediosos años, eran tan frecuentes que mis primeros recuerdos eran los gritos y los golpes que se enviaban. Parecía que el amor ya no existía, aún así, Finn nació en navidad y, aunque su llegada fue inesperada, sus ojitos grisáceos y su cabello tan negro como el mismísimo carbón me avisaron de que mi soledad había llegado a su fin.

Las peleas no cesaron, mamá también buscó consuelo en las drogas y su barriga seguía creciendo para dar a luz a nuevos niños, asustados, vulnerables, víctimas de un ambiente tóxico y lleno de intranquilidad.

Neil nació dos años más tarde que Finn y Daisy lloró por primera vez cuatro veranos más tarde.

Y papá y mamá no dejaron de golpearse, drogarse y chillar.

Finn y yo no tardamos en abandonar los estudios. Yo nunca había sido lo suficientemente bueno como para seguir alargando mi currículum académico y debía trabajar para ayudar en casa. Finn, por el contrario, siempre estaba metido en peleas y, tan pronto como cumplió dieciséis años, lo expulsaron del instituto por mal comportamiento.

Los hermanos MurphyWhere stories live. Discover now