» No sé qué hacer, me siento perdido. Habíamos soñado una familia y saber que no habrá una, es... —Me quedé sin aliento mientras no dejaba de mirar hacia el suelo que era mi estancia.

—¿No han pensado en otros métodos o el de ado...

—Ya le dije, y tampoco queremos... —Miraba para los costados hundido en la inmundicia, estaba en otro mundo.

—Amigo... lo único que te puedo aconsejar es que se distraigan un poco, y viajen mucho. Ustedes lo hacen siempre, eso puede servir para las amarguras.

—Todavía no hemos recorrido todo el mundo... pero no existe un lugar en el que precisamente se pueda ser lo que queremos. Pero, ¿A dónde?

—Llévala a mi país, no conozco nada que no pueda arreglar el Machu Picchu, les servirá su buena energía.

Luego de aquello, le había dicho a Janett que viajaríamos en lo pronto y me aceptó callada, como si su espíritu se hubiera cerrado de forma temporal, para después conversarme sobre algún otro sueño incumplido.

Perú, era maravilloso, un destino turístico envidiable para cualquiera que tuviera la oportunidad de visitar, a pesar de ello, nos cogió en el peor momento. Nuestras conversaciones eran monótonas y precisas, no había razón para seguir amándonos con pasión y tampoco teníamos ganas de hacerlo, era el borde del abismo y de la pobreza amorosa, porque en nuestra inmensa riqueza de conocer el mundo, nos sentíamos realmente arrinconados por una esquina de la vida.

El tren que habíamos tomado para ir al Machu Picchu era largo y escabroso, el bullicio del transporte era elevado por parte de los acompañantes, pero entre Janett y yo, parecía existir una creciente agonía que se perpetraba en los confines del corazón, con un doloroso protagonismo.

Caminábamos tomados de la mano y éramos como dos pedazos de carne flotante, divagando hacia los extremos de un lugar sin trascendencia, en donde decir lo que sea, era perder energías. Juraba que nunca me había sentido tan mal. Pero aquello dejó de pasarme factura al ver el punto álgido de la montaña.

Detuve los pasos, porque si hubiéramos seguido caminando, podíamos morir de caída al precipicio. Respiré con hondura y sentí que retornaban el mínimo de mis fuerzas, el Machu Picchu era sanador. Lo que decía Cortés, era cierto.

Y me sentía raro en aquel momento, porque me había librado de la elongada tristeza de forma momentánea. Era una vista espectacular e inolvidable, sumada a varios riscos de montaña y un pueblo nativo e histórico, que tenía algo más que un simple encanto, porque era mágico y resplandeciente. Janett, no había entendido casi nada de lo que estaba viviendo, como si no existiera forma de que se diera cuenta, y siendo así, con las fuerzas temporales entregadas en nombre de la montaña, decidí hacerlo:

La belleza de la vida, el aclamado encuentro con la gran colina de la tierra, donde lo autóctono y antiguo se mezclan para crear un apoteósico instante, un mundo de fantasía y de roca vieja, un añorado encuentro con los antepasados que superaron al futuro y enseñaron los patrimonios con inmensa lindura, y llevan su tiempo cronometrado, como la creación de los cielos y la subida elevada, porque en una vista admirable y enérgica, llena de historia y misterio, existe el Machu Picchu.

Miré de reojo hacia Janett intentando encontrar su reacción... y se me había quebrado el corazón.

Mi relato, lejos de mejorar su estado de ánimo, parecía un disco rayado y de poco interés para ser escuchado por ella, y sentí, que la perdía a pasos agigantados.

Permanecía inmóvil, crucificada, casi escondida bajo el disfraz de ser ciega para evitar escuchar lo que decía. Omitía mis palabras sin querer hacerlo. La cámara que siempre permanecía colgada en su pecho, ahí estaba, huérfana y despreciada.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora