Capítulo 77

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Estábamos en medio de un abrazo desgarrador, sumergidos en la escarnecedora locura de la miseria y el dolor. Janett, lloraba con estrépito. No entendía por qué a nosotros nos sucedía aquello entre tantas gentes, porque habíamos superado un montón de cosas difíciles y, por si fuera poco, venía algo tan extremo que nos arrancaba el alma de una rebanada, pues anhelábamos dejar una hermosa descendencia. Era una violenta negativa que desvanecía nuestros sueños de continuar recorriendo al mundo.

—Hay adopción —le dije, en un desesperado intento por frenar sus lágrimas.

—No es lo mismo —respondió, gimoteando con instancia cuando se columpiaba más fuerte desde mi piel.

No podía llorar, pero tenía el corazón roto, porque muchas veces había llegado a ella y no hubo tal noticia imprevista desde los primeros viajes. El veredicto aclaraba que lo de Janett venía de nacimiento, tal cual como su visión, así mismo era al tratar de dar a luz. Me sentía horrible, porque quería una familia, un hogar, y una existencia que trascendiera a su lado más allá de lo que podía imaginar.

—No me importa —le dije decidido. Janett, detuvo un rato su llanto—. Tú eres mi vida, mi hogar y mi casa, eres mi familia. Eres la familia que quiero para siempre.

—Pe-pero... no vamos a ser padres.

—No me interesa.

—Pues a mí... ¡sí! —gritó, entristecida, mientras se distanció de mí para sentarse en un banco en medio de la calle. Las personas nos veían al pasar y no entendían el motivo de la confrontación.

—Janett... —le dije, y cuando me acerqué para recuperarla, ella tenía ambas manos en la cabeza, estaba dispuesta a rompérsela si fuese necesario.

—Va-vamos a casa. No quiero estar aquí, por favor.

Le acepté con gran desolación y a los pocos minutos, nos habíamos marchado en una infinita mudez.

(...)

Cuando llegamos, dos horas después de consolarla; Janett, finalmente se había acostado entre lágrimas, afligida hasta los tuétanos. Había decidido tomar cartas en el asunto; sin embargo, no sabía ni qué hacer para mejorar su estado de ánimo. Solo fui a la casa de un viejo conocido para distraerme.

—¡Amigo! —me dio un sentido abrazo—. Tiempo sin verte por aquí. ¿Qué has hecho?

—Lo mismo digo —Le dije con efímera alegría. Cortés, sintió mi tristeza en un santiamén.

—Oye... ¿Y esa cara? Ven, tómate algo.

A la hora le comenté mi situación, pero antes, él estaba conversando sobre lo maravillosa que era su familia y sus niños. Era una daga al corazón, el pobre de Cortés, no se daba cuenta de mi dolor.

—Ander tiene tres, es el último. Ya juega ajedrez y enfrenta a los de siete, incluso les ha ganado. ¿Y tú?

—¿Yo? —le dije con abatimiento—. No hay mucho para decir...

Cortés, inclinó su cabeza para un lado y no quiso emitir palabras, me había obsequiado su silencio hasta que le dije la verdad.

—Nunca seré papá —Mi rostro era un desierto perdido. Cortés, empuñó su mano y tapó su boca sin más.

—¿Es definitivo? —me preguntó, aterrado.

—Sí amigo, es seguro que sí —Quería llorar, pero mi mirada baja solo podía aguarse en un océano ocular.

—¿Cómo está tu esposa?

—Devastada, creo que nos tomó en un mal tiempo.

Cortés, ponía cara de lamentado, porque no había otra cosa que pudiera hacer. Luego seguí:

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Where stories live. Discover now