6. Así de lento, así de suave

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—¿Qué mierda? —susurro al encontrar una caja de tapones para los oídos en mi mesa de luz

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—¿Qué mierda? —susurro al encontrar una caja de tapones para los oídos en mi mesa de luz.

Creí que Teodoro bromeaba.

Me quito la camiseta y la lanzo al cesto de ropa sucia en la esquina de la habitación al tiempo que mi teléfono vibra. Me acomodo en el escritorio y lo apoyo contra un lapicero antes de aceptar la llamada del grupo «Los chicos de las pelotas grandes».

Lo eligió Ranjit, cuyo rostro aparece con los párpados cerrados en uno de los rectángulos. Suele atender medio dormido y regresar al mundo de los sueños.

—Ho —dice Kadri con la nariz pegada a la pantalla.

Gustave levanta la mano para saludarme con su usual cara de pocos amigos, lo cual es verdad. Solo nos tiene a nosotros.

—¡Corte, corte, ¿qué putas fue eso?! —Kadri aleja el teléfono y frunce el ceño—: ¡Gus, no dijiste tu parte! Yo digo «Ho» y tú dices «La», como ensayamos.

El chico pone los ojos en blanco y se quita el cigarrillo de la boca:

—La.

—¡No, así no tiene sentido, debías decirlo después de mí! —se queja el moreno.

—Hola a ustedes también, muchachos —intervengo al abrir mi agenda.

Mis amigos son agua y aceite: Kadri es una explosión de color mientras que el armario de Gustave solo conoce los jeans y las chaquetas oscuras; el primero estudia para relacionarse con el mundo exterior y el segundo para conectar con el interior; uno es sociable y el otro gruñe cuando te le acercas. Hasta sus signos zodiacales son opuestos.

Incluso los lugares desde donde llaman contrastan: mientras K está sentado en uno de los retretes de la hermandad —detrás de él cuelga una serpentina platinada del techo, asoma un pato de hule, saluda un miembro de juguete, hay una botella de vino olvidada y a medio beber—, G está apoyado en lo que parece la pared de un callejón.

—¿A cuántas te presentó hoy? —interroga Kadri, sin rodeos.

Trazo un check en la casilla junto a la que dice «gimnasio». También en las nueve que hay debajo. Es una lástima que la productividad no te asegure la felicidad.

—Tres. Fue un infierno.

K maldice. Debió apostar que eran más. Ahora le debe dinero a Gustave.

—¿Por qué tu madre se empeña en buscarle pareja a su sexy hijo que evidentemente no necesita ayuda en lugar de darle una mano a los menos afortunados como yo? —se queja—. Me encantaría tener una novia.

Ranjit ronca en concordancia.

Gus le da una calada al cigarro y expulsa el humo:

—¿Para qué? ¿Ponerle el cuerno? ¿Nunca consideraste que la razón por las que las chicas no duran a tu lado es porque les eres infiel?

VirginityWhere stories live. Discover now