Capítulo 31 (Editado)

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Empiezo a ponerme nervioso. Mientras tanto el chico que se encuentra a mi lado me ofrece algo de beber. Me lo trago sin dejar de mirar a Alain, muerto de sed. No es hasta que el líquido se ha deslizado por mi garganta que noto el ardor.

—Eso era tequila sin más, ¿no me estabas escuchando? —comienzo a toser, buscando algo con lo que calmar el fuego que ha ascendido a mi boca. Dejo al chico de lado yendo a la mesa de las bebidas.

Al tomar entre mis manos un vaso de limonada se me escurre al ver a Alain enfrente. Aparto la mirada con las mejillas al rojo vivo a causa del ardor que estoy sintiendo. Se acerca con su típico movimiento gatuno y recupera el vaso del suelo. Me mira con fijeza.

—Por suerte no se ha ensuciado tu vestido —si mi corazón late más rápido probablemente acabe muriendo. Entrecierra los ojos y yo arrastro el brillo de labios con mis dientes—. Me suena tu cara.

¡No tiene ni la menor idea de quién soy! Me giro agarrando el primer vaso que encuentro y bebiéndolo con avidez. Pica en mi garganta y me doy cuenta de que nuevamente es alcohol.

El mareo me sacude las entrañas. Es la primera vez que tomo licor, nunca fue algo que me interesase probar.

—Te ves algo mal, ¿quieres salir? —Alain piensa que soy una mujer. ¿Es que está ciego o algo? Aunque con esta luz es difícil distinguir algo.

Agarro otro vasito rezando porque sea algo normal y salgo al patio sin esperar a que me siga.

Una vez fuera el fresco me sacude. Lanzo los zapatos esperando que se pierdan en algún lado. La cabeza me da vueltas. ¿El alcohol realmente afecta tan rápido? No tengo aguante ninguno.

Me río. Por todo. Camino riéndome hasta quedar en medio de la oscuridad del jardín.

—Leo —escucho la voz de Alain a mi espalda. Estaba claro que reconocería—. ¿Estás bien?

Sigo con la jodida risa tonta, bebiendo lo que sea tenga el recipiente que hay entre mis manos.

—Este vestido me queda marabi...marabill...guay —suelto y noto que me cuesta bastante hablar—. ¿Ahora eres mayord...mayordo...servidor?

Se pasa la mano por sus negros cabellos con la mirada esquiva.

—Andrea se puso muy pesada.

—A mí también se me pone pesado —¿Por qué no me salen las frases correctamente pronunciadas? Tropiezo con lo que seguramente sea la nada y caigo estrepitosamente de espaldas. Alain se lanza para evitar que mi cabeza impacte contra algo que ciertamente no tengo la idea de que es. Caemos sobre el húmedo césped hechos un lío de brazos y piernas—. Gracias.

Le doy un beso. Soy consciente de posar mis labios sobre los de él. Al principio no me sigue, pero en cuanto de mi boca sale un jadeo sofocado él abre la suya para jugar un rato.

—Te quiero Alain, eres el ser humano que más quiero en el mundo mundial ahora mismo, por debajo del gato de mi abuela pero es que al gato de mi abuela lo quiero más que a nada en el universo lo siento. Y me pone cachondo mucho tu disfraz de mayor...mayordo...sirvioso —no sé lo que le estoy diciendo.

—Estás borracho —se mueve para levantarnos a los dos. Me cuelgo de sus brazos.

—Gran detector, sí, pero que sepas que digo la verdad absoluta en esta villa de ricos malparidos. ¿Y tú? ¿Me quieres? —pongo las manos en sus mejillas, obligándole a retener el contacto visual—. ¿O te da vergüenza que esté vestido con elegan...elegantoso por lo que no puedes decírmelo?

Sus orejas se tornan rojas y puedo sentir en la palma de mis manos como el calor sube a su rostro.

—Sigues siendo tú, Leo —baja la mirada perdiéndola en los pliegues de mi falda—. Da igual cómo te vistas o cómo lleves el pelo.

No ha contestado a mi pregunta, la ha esquivado hábilmente.

—Así me puedes morrear delante de todos sin que se enteren de que te gusta un chico aunque la verdad es que tendría que darles puto igual, ¿por qué no se meten en su vida? La gente no sabe meter las narices en sus propios asuntos de verdad qué cansancio —digo, dando besitos en la comisura de sus labios.

Me pellizca la mejilla tirando de ella.

—¿Crees realmente que me importa lo que piensen? —Coge mi mano, se siente terriblemente cálido—. Ven conmigo.

—Como quieras, pero no te quites ese traje de sirventero. —Tropiezo a su lado pensando que me va a llevar de vuelta a la casa. Torcemos antes de entrar, y acabamos dando a un patio trasero lleno de parejas liándose. Veo que la furgoneta de Alain está ahí aparcada.

Me siento en el lado del copiloto vagamente consciente de lo que estoy haciendo. Abro la ventanilla con la esperanza de que cuando el vehículo se ponga en marcha se me pase algo el efecto.

Alain se pone el cinturón de seguridad y se inclina hacia mí para colocar el mío separando la correa con calma. Su mejilla roza contra la mía en un movimiento involuntario y suave.

— ¿A dónde procedemos la conducción? —pregunto recostándome en el asiento cuando arranca, tremendamente incómodo con lo que llevo puesto.

—A mi casa. 

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now