- Capítulo 88-

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El vehículo no está lejos. Albert y ella han tardado cinco minutos contados en llegar hasta el Peugeot 206. Dona se niega rotundamente en hablar nada con él. Pero no porque no quiere, sino que simplemente no puede.

¿Vergüenza quizá? A saber. Sobre todo por lo de antes, cuando Albert empezó a hacerla preguntas. Las cuales ella no es capaz de responder ni siquiera a sí misma.

No es fácil. Ni siquiera para ella misma.

Dona señala el coche sin mirar en la dirección de Albert. Ella oye no mucho después un clic que viene del vehículo, señal de que está abierto ahora. Ambos se acercan al coche y abren las puertas en silencio.

Una vez dentro, Dona se distrae con la radio, y Albert acomoda el asiento y los espejos retrovisores a su gusto. Él pregunta como activar la marcha atrás de la caja de cambios y Dona se lo hace saber de forma escueta. Todo el momento con la mirada en otra parte que no en él. Albert bufa unas cuántas de veces, se queja de que su coche es mucho más cómodo y no tan bajo acompañada de otras tantas tonterías.

Es extraño, pero, eso no la enfada. La tranquiliza más bien...y la distrae de los malos pensamientos. Parece incluso que Albert lo esté haciendo adrede.

Puede que este sea el caso.

En la radio deja de sonar canciones y empiezan las noticias. Dona alza el brazo y cambia de emisora hasta encontrar una con música de fondo.

—Quita eso por dios. Me sangrará los oídos. —se le forma una mueca de desagrado en el rostro. Dona no puede evitar mirarlo de reojo unos instantes. Pero Albert no la mira, tiene la vista fija al frente, en la carretera. Como debe ser. —¿A qué esperas? —él desvía la vista unos segundos a ella.

—Tu conduces, yo me ocupo de la radio. —da de hombros. —La vista al frente Albert. —Apunta a la carretera y él hace un puchero. Indicio de que está de acuerdo con ella, pero que no sobre lo de la radio.

Puede que en parte para mosquearlo, Dona deja la emisora por un rato más. Aunque no demasiado, a ella tampoco la hizo mucha gracia las canciones que estaban sonando.

El viaje...ha transcurrido bien.

Dona pasó gran parte del tiempo mirando a la ventana y toqueteando su bolsa cada vez que sonaba alguna música conocida. De no ser por Albert carraspear de vez en cuando, Dona casi se imaginaba sola. Bueno, no del todo. No realmente.

El tiempo fluye con normalidad, y para cuando ella enfoca la vista en los edificios que tiene a su derecha, descubre que ya está en la calle en donde vive Albert. Una parte de dona siente melancolía por ello.

"Está será la última vez. Y puff, final."

Albert gira a la izquierda y el edificio de él aparece a la vista. Él baja la velocidad un tanto rápido, y el coche casi cala, pero al final por suerte no. Hay un aparcamiento libre, y él se dirige allí en silencio. La radio deja de importar a Dona. Por momentos ella se olvida incluso de que hay canción de fondo.

—No hace falta aparcarlo. Si yo ya me voy.

Albert no la responde. En cambio él da la vuelta al coche para que se meta de culo en al hueco libre. Una vez dentro, él quita la marcha y tira del freno de mano, pero no apaga el coche. La radio todavía se oye de fondo. Eso no parece molestarlo, y a Dona tampoco.

—¿Cómo te encuentras?

Ugh. ¿Por qué luego está pregunta? Dona siente ganas de insultarlo. Él es el menos indicado para preguntarla nada. Y Dona no tiene motivos que responderlo.

—Me tengo que ir ya Albert.

—¿Por qué la prisa Dona? Si total, no vas a volver a verme. —él agarra el volante con las dos manos—¿Qué más te da un rato más?

Se la forma un doloroso nudo en la garganta. Albert está jugando sucio, y eso no es justo. Él tiene un piso hermoso, todos los hombres que él quiera y probablemente un trabajo de ensueño. ¿Quién se cree él para obligarla a quedarse? No importa que sea solo por un corto periodo de tiempo.

No.

Encima, Dona todavía no se encuentra bien del todo. La empieza a doler la cabeza, otra razón más de que ella necesita irse a casa, pegarse una ducha y leer su libro de autoayuda favorito. Tomar una pastilla para el dolor, y dormir.

—Tierra llamando Dona, tierra llamando Dona. —La voz de Albert es burlona, pero cuando Dona le mira a los ojos, hay seriedad en su expresión.

—He dicho que hemos acabado antes, ¿Es que acaso eres sordo? —se obliga a decir con voz cortante y expresión rígida.

"Ha sido un error, ¿No lo entiendes?" Ella quiso añadir, pero se vio incapaz de hacerlo.

Los ojos azules oscuros de Albert penetran en ella como estalactitas. Frías y afiladas. De lleno en la carne de Dona. Ella aún no comprende como no se ha echado a temblar en este mismo instante.

—Tan autoritaria como siempre. —él desvía la vista de ella sin mostrar una expresión en particular. —Yo también puedo serlo Dona. —vuelve a mirarla. —Y no lo sabes cuánto.

La tensión sube, y Dona siente ganas de tirarlo del coche. Pero eso la requeriría tocarlo, y ahora eso es todo lo que ella no desea hacer.

—¿Qué es lo que quieres ahora?

—Sube conmigo. —los dedos de Albert toquetean el volante como si estuviera tocando las teclas de un piano. —Hablamos un rato y...

—¿Y qué?

Albert no dice nada por un tiempo. Como si estuviera sopesando algo. Entonces muerde los labios y pasa la mano izquierda en el pelo. Finalmente suspira con resignación.

—Serás libre de irte. No hay más. —alcanza las llaves del coche y lo apaga. Antes de que Dona reaccione, él tira las llaves en el regazo de ella, para así evitar tocarla. Dona se siente agradecida por ello. —¿Te vienes? ¿O no me harás el menor caso y te irás ahora que puedes?

De esa vez, él no la detiene de ninguna forma. Sale del coche y cierra la puerta detrás suyo mientras se encamina hasta su bloque de pisos. Dona podría salir, dar media vuelta y volver a meterse en el coche como si nada. No hay nada que la impida ahora, y Albert no ha dejado de caminar para mirar hacia atrás.

Solo ella puede decidir sobre seguirlo u no.

"Vaya capullo." Suspira mientras aprieta el manojo de llaves en la palma de las manos.

FeticheOnde histórias criam vida. Descubra agora