Capítulo 1

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Todavía 27, todavía a tiempo para celebrar los 14 años del 2min.

Esta es una de esas historias que se instalan en mi cabeza, tras un montón de bombas de inspiración, y no puedo dejar de pensar hasta que termino de escribir, así que tengo semanas dedicándome solo a esto jsjsjsjsjs.

Así que feliz aniversario a este bello ship 💖
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Minho abrió la puerta de su casa, preguntándose quién era capaz de llamar a la puerta a golpes y tocar el timbre tan insistentemente a tales horas de la mañana. Sí, disfrutaba levantarse a las cuatro y media de la mañana para ejercitarse, era muy distinto a disfrutar visitas a esas espantosas horas. En especial, porque lo detestaba. Apenas darían las cinco, y dudaba que fuera el repartidor del periódico quien estuviera haciendo tal escándalo.

Probablemente lo más extraño no era ver qué ni siquiera el sol había salido aún, sino que no había nadie a la puerta. Pero creer que le estaban jugando una broma, o peor aún, que eran fantasmas, no era en lo absoluto su estilo. Esto no era una película de terror. Hasta el momento en que al querer cerrar la puerta revisó bien el pórtico y entonces lo encontró al pie de la escalinata. Un bambineto color amarillo que escondía un pequeño bulto en su interior.

Oh no, oh no, oh no.

Ahora realmente quería que esto fuera una película de terror, o de suspenso, en vez de la vida real. Más cuando al acercarse al bambineto, confirmó que el pequeño bulto no era más que una gran cobija envolviendo a un bebé que dormía profundamente. Un bebé pequeño, aunque le quedaba claro que no era recién nacido.

Alzó el bambineto, revisando primero que no estuviera dañado o mojado. Entró a casa a sólo para asegurarse de dejarlo en un lugar seguro, mientras alzaba al bebé en brazos, quién a penas alcanzó a incomodarse un poco ante el movimiento, volviéndose a dormir en brazos. El mono color azul con pelotas de béisbol le indicó que se trataba de un niño. Y aunque lo creía adorable, esto simplemente no estaba bien.

Pasó la primera hora en la calle, con el niño lo más arropado posible en sus brazos, buscando a quien lo había dejado, o tan siquiera a alguien que hubiese visto a esa persona. Por supuesto que no había demasiadas personas en la calle a esas horas, y ni un par de ojos que pudieran decirle algo al respecto.

La siguiente hora la pasó en casa, tratando de hacer que el bebé dejara de llorar. Primero creyó que con arrullarlo un poco más lograría volverlo a dormir, tras veinte minutos se dio cuenta que eso era algo que no sucedería. Revisó si estaba mojado, pero no lo estaba. El bebé solo estaba hambriento. Pidió a una farmacia que le mandaran biberones, y leche de fórmula; sabía que la leche cambiaba según la edad del niño, y podía estimar que el bebé estaba dentro de los primeros tres meses, así que había escogido casi a ciegas solamente deseando que le mandaran rápido su pedido.

Nunca antes un pedido de la farmacia se había tardado tanto, casi se estaba odiando por no vivir cerca de una. Pero, ¿cómo iba a saber él que un día necesitaría comprar leche y biberones con tal urgencia? Ni siquiera pasaba tan seguido a la farmacia por medicamentos para sí mismo, usualmente no se enfermaba.

Conforme pasaba el tiempo, y su pedido no llegaba, su preocupación subía. ¿Qué pasaba si le daba de comer una hora después al bebé? El niño no dejaba de llorar, y escuchar ese llanto tan desesperado le angustiaba. Sabía que debía calmarse, normalmente era bueno con los niños, muchos de sus amigos tenían hijos y a él le encantaba jugar con ellos y sacarlos de paseo. Sin embargo, sabía que tampoco tenía la total responsabilidad si algo sucedía. Ahora no tenía la opción de devolverlo con sus padres.

El sonido de la puerta abriéndose le crispó un poco, ese no era el repartidor porque ningún repartidor entraría sin llamar desde el timbre de la reja en el exterior de su residencia. Tomó una larga respiración cuando recordó que sólo una persona, además de él, tenía las llaves de su casa.

Tío MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora