1. Méteme los dedos

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—Méteme los dedos

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—Méteme los dedos.

Ojalá dijera eso para reforzar nuestra amistad, pero supongo que el hecho de que me pida ayuda para vaciar su estómago es igual de válido que el lesbianismo. Solo una amiga de verdad se enrollaría la manga de la camisa y buscaría tu úvula como lo estoy haciendo.

Cuando tiene la primera arcada me apresuro a retirar la mano. Sujeto su cabello y apoyo una palma en su frente para sostenerle la cabeza mientras vomita siete latas de cerveza y…

¿Esos son nachos, salmón o una salchicha triturada?

Supongo que mi madre tiene razón. Dios tiene sus favoritos, pero ninguno de ellos soy yo esta noche.

—No volveré a enamorarme —promete al abrazar el retrete mientras tomo un poco de papel.

—Dijiste lo mismo acerca de beber y aquí estamos. —Limpio el hilo de baba que cuelga de su mandíbula.

Alguien toca la puerta y, sin darme tiempo a contestar, la abre. Teodoro se asoma con una sonrisa que desaparece tan pronto como inhala. Arruga la nariz y se desliza dentro del baño con la botella que le pedí por texto.

—Mi sistema olfativo quiere renunciar. —Estira su camiseta hasta que le cubre la mitad del rostro a modo de barbijo—. Brie, ¿qué diablos comiste? —Desenrosca la tapa y me pasa el agua.

—Un montón de ilusiones donde el amor me era falsamente correspondido —responde su hermana cuando la ayudo a recostarse contra la pared de azulejos—. Anota esto, Teo: enamorarse es como alcoholizarse, la vida es una fiesta hasta que llega la hora de la resaca.

Diría que es una reflexión acertada si supiera lo que es sentir eso, pero jamás tuve el agrado —o desagrado— de enamorarme. Mientras el chico tira de la cadena, ahueco la nuca de la borracha y la obligo a beber.

—Hora de llevarte a la cama, erudita del amor. —Teodoro, de costado, la levanta como si se tratara de un bebé.

Brie envuelve los brazos y piernas alrededor de su hermano antes de dejar caer la cabeza contra su hombro. Con la botella de agua bajo el brazo los sigo en un zig-zag a través de la multitud. Aunque es el piso de abajo el abarratado por la fiesta, aquí no falta gente: hay una fila de chicas que esperan su turno para ir al baño y un montón de parejas cariñosas. La falta de luces y la música ahogada transforman el segundo piso en el ambiente ideal para empezar una conversación provocativa mientras deslizas la mano bajo la camiseta de tu acompañante.

Brie balbucea cosas sin sentido cuando llegamos a su cuarto. Teo la acuesta y le quita los zapatos mientras dejo la botella en su mesa de luz, destrabo la ventana y tomo una manta para taparla.

—Dulces sueños para la segunda gran decepción de la familia. —El chico deposita un beso en su frente y reprimo una sonrisa—. Jamás podrás superarme, ¿sabes?

Lo empujo con suavidad para quitarlo del camino e inclinarme hacia ella:

—Te desviaste un poco del plan original —reprendo al apartar el cabello de su rostro—. Me debes un kebab de Patsy’s, ¿entendido?

VirginityWhere stories live. Discover now