Capítulo 22 | Sublime crueldad

Start from the beginning
                                    

— Bueno, yo también tenía frio, ¿¡Hay algún problema!?— Exclamó mientras en su cien se podía notar su estrés.

— No cariño.

— ¿Cariño? Eso es nuevo. — Terminó de hablar mientras reía y se acomodaba su cabello.

— Silencio y salgamos de aquí, tanto dormir me está haciendo mal.

— Aún tengo las ojeras, ¡Que molestia!— Opinó mientras miraba los bordes de sus ojos con un espejo, para luego rechinar sus dientes.

— ¿Quieres tener una cita hoy? Tengo algunos planes. — De alguna u otra forma tenía que despejar mi mente, aún tenía mucho que hacer.

— Acepto, escucho propuestas. — En un abrir y cerrar de ojos la molestia por sus ojeras desapareció completamente, su humor cambió como una música en una Playlist.

Salimos de la habitación después de una hora, no recuerdo mi vestimenta de ese día pero claramente si la de ella, se alistó con una blusa negra y unos shorts blancos, unos tenis blancos y, otro par de lentes para sus no tan notorias ojeras, cabe decir que se maquiló y ni se notaban pero quien la contradice.

— Primero vamos a desayunar, espero que no ocurra lo de ayer. — Yo estaba preocupado pero, inesperadamente sentí su calidez en mi mano al entrelazar la suya.

— No te preocupes, lo de ayer solo fue una extrañeza, quizás fue el efecto de los tragos. — Me miró y me guiñó el ojo al quitarse los lentes.

— No hagas eso.

— ¿Por qué no debería? — Dijo mientras me quedó mirando curiosamente.

— Porque hoy te ves muy hermosa, es incómodo.

— Siempre lo he sido, pero gracias de todas formas.

Ambos nos incomodamos por mi comentario, yo miré hacia el lado y ella se tomó el hombro mientras nos quedamos en silencio.

De verdad que los jóvenes hoy en día son extraños, una noche están tan consumidos por la fogosidad y por la mañana se incomodan al recibir cumplidos de sus compañeros.

Seguí tomando su mano y llegamos al restaurante, pedimos dos porciones de Risotto y unos helados para acompañar en lo que tomamos una mesa, había que empezar por algo la cita, ¿No?

— Esto está delicioso, ¿Quieres probar el mío?

— No realmente, hoy me quedo con el de menta.

— No seas idiota y prueba.

Sin darme cuenta ya tenía la cara embarrada por el helado de chocolate de Pacifica, quien me lo frotó desde la boca a la nariz.

— ¡Oye Pacifica!

— Te ves gracioso así, eso es por rechazar mi amabilidad. — Se jactó mientras me ayudaba a limpiar mi cara con unas servilletas.

— Algún día te daré tu merecido, malvada. — Le dije.

— La tiranía nunca cae, por eso hago esto. — Se acercó a mí y me arrebató el helado de menta que me estaba comiendo con tanto cariño.

— ¡Pero!

— Soy quien pone las reglas, si vas a llorar avísame y pido otro helado para ti. — Sonrió de oreja a oreja mientras engullía el que era mi helado de manera que me incomodara, pero, últimamente no me está gustando perder.

— Aún es mi helado, yo lo pedí. — Me acerqué tanto que los centímetros de nuestros rostros eran tan pocos como los dedos de mi mano, la miré tan fijamente y aproveche de darle un mordisco a lo que quedaba del helado, quizás la gente en el restaurante pensaría que estaba loco por treparme en la mesa, pero a mí no me importaba eso.

Dipcifica | La maldición de Pacifica.Where stories live. Discover now